Por Stephanie Henaro

“La geopolítica no admite vacíos: cuando los hay, alguien los llena, y casi siempre con armas.” —Henry Kissinger

La presencia de buques militares estadounidenses frente a las costas de Venezuela ha encendido las alarmas regionales. Oficialmente, Washington insiste en que se trata de operaciones contra el narcotráfico, pero la narrativa no puede leerse en el vacío: se inserta en un contexto más amplio de confrontación con Nicolás Maduro y de presión sobre los gobiernos latinoamericanos. Y cuando el Pentágono pone la mirada en el Caribe, México inevitablemente aparece en el espejo.

Porque al mismo tiempo que Estados Unidos refuerza su músculo naval en Venezuela, Donald Trump firmó una orden ejecutiva que faculta al ejército a usar la fuerza contra organizaciones narcoterroristas en el extranjero, una medida que, aunque se presente como una acción “quirúrgica”, abre la puerta a operaciones militares más directas en América Latina. En México, el mensaje no puede ignorarse: la DEA habla de planes conjuntos que la presidenta Claudia Sheinbaum ha desmentido, y la Casa Blanca mantiene en la lista negra a los principales cárteles nacionales.

El calendario tampoco es casual. México acaba de entregar 29 capos la semana pasada —y casi 50 en lo que va del año— en un esfuerzo por mostrar cooperación. Es una señal de que la estrategia mexicana está enfocada en la diplomacia judicial: extradiciones en lugar de aceptar operaciones militares extranjeras. Pero no se trata solo de pragmatismo jurídico, sino de supervivencia política. México no puede darse el lujo de tensar demasiado la relación: su economía depende de la estadounidense, y un gesto de confrontación podría alimentar la narrativa republicana de que México protege a los cárteles.

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