Por Stephanie Henaro Canales
“Cuando la política se paraliza en Washington, el eco llega hasta la última remesa en Oaxaca.”
Apuntes desde Café Colón.
Donald Trump estrenó octubre con un viejo hábito: el cierre del gobierno federal de Estados Unidos. Ya van cuatro en su cuenta. Esta vez, la parálisis no solo deja sin sueldo a cientos de miles de burócratas en Washington; también hizo que el dólar se tambaleara y los mercados mundiales encendieran alarmas. El billete verde cayó a mínimos de dos semanas frente al yen y va camino a su peor año en veintidós, con una depreciación cercana al 10%. El oro, refugio clásico en tiempos de incertidumbre, superó los 3,900 dólares por onza. Los inversionistas buscan cobijo en monedas como el yen, el franco suizo y el euro. En otras palabras: el shutdown ya no es solo un tema político interno; es un evento geoeconómico con repercusiones globales.
Para México, que depende de Estados Unidos como ningún otro socio comercial, las consecuencias son inmediatas. Cada dólar que llega en forma de remesas pierde poder adquisitivo en el bolsillo mexicano. Una caída prolongada de la divisa significa menos pesos para millones de familias que dependen de esos envíos para comer, pagar la renta o costear la escuela de sus hijos. Al mismo tiempo, la incertidumbre en Washington impacta al peso, que suele reaccionar con volatilidad frente a cualquier crisis del norte. Un dólar débil puede sonar atractivo para quien compra en Amazon, pero también encarece la competitividad de nuestras exportaciones y complica el escenario para quienes venden aguacates, autopartes o software a Estados Unidos.
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