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Por Susana Moscatel

Los Ángeles, California.

Es imposible cubrir la ceremonia del Oscar desde sus diferentes trincheras por más de veinte años sin desarrollar una extraña relación afectiva y codependiente con la ceremonia. Hoy, sentada en el plástico blanco que aún no quitan de lo que se convertirá en la alfombra roja dejé que se me escaparan los pensamientos y me pregunté algo muy extraño. ¿Por qué? 


En serio, ¿cuál es la razón que me hace querer estar aquí, o al menos en un foro hablando de lo que pasa aquí, año con año? En la era de influencers, y yo empecé a hacer esto mucho antes de que les dijeran así, es absolutamente natural para muchos de ellos querer esto como escenario para sus “contenidos”. Todos lo hemos hecho, llegas a esta alfombra y sueñas con las luces (que montan a la perfección para que todo mundo se vea bien), los reflectores y las historias detrás de la fama. Pero enseguida hay que ponernos el traje de reporteros o de críticos de cine o de traductores simultáneos y entonces el trabajo real comienza. Ese trabajo de querer compartir esta fantasía que era Hollywood en otros tiempos. 


Cuando era muy pequeña en mi casa no entendían ni porque quería ver ese show, pero vaya que alimentaban mi pasión por el cine y el teatro. Y es eso ¿saben? Mucho más allá del glam, del figurar, de estar en medio del show, se trata de tener historias en común sobre las que podamos platicar hasta con, por citar una de mis cintas favoritas este año, con Completos desconocidos.


Esta ceremonia nos ha dado más que su dosis habitual de grandes historias en la pantalla y algunas no tan grandes a partir de ellas. Visitando algunas de las cintas nominadas al galardón principal de la noche, puedo recordar conversaciones, platicas y convivencias que cada una de ellas han provocado.


El Brutalista me hizo discutir con un amigo sobre nuestra capacidad de concentrarnos y darnos por completo a una historia que se toma su tiempo porque sabe a dónde va. No puedo dejar de ver la expresión de dolor en los ojos de Adrien Brody, y me gusta que saber que con tanta retorica que solo se ocupa del presente en estos tiempos, aun tengamos la capacidad de entender el pasado dentro de su propio contexto, contenido en la historia del arquitecto, sobreviviente del Holocausto y de otros terribles males, Lazlo Toth.


Cónclave es una de esas cintas que me hubiera encantado ver como obra de teatro y así se lo planteé a sus protagonistas Ralph Fiennes y Stanley Tucci. Y aunque la salud del Papa sea un tema que preocupa a todos en la vida real en estos momentos, la verdad es que esta es una cinta sobre política, maniobras y desatinos que podría estar vigente en cualquier lugar y en cualquier momento.


Anora redefine por completo el síndrome de Mujer Bonita y también esa necesidad de plasmar firmemente en un solo género cinematográfico a una producción. No sabía si era comedia o tragedia y muchos de quienes la vimos juntos nos veíamos entre nosotros preocupados por divertimos con los horrores que vive y hace la protagonista. “¿Qué clase de feminista me hace reírme de esto?”, me pregunte. Y me contesté: “Una que no ha perdido de vista su sentido del humor. Espero”.


Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.