Por Vanessa Gamez*

Domingo… mis familiares junto a mí. No lo podemos creer, seguimos en shock, no sabemos qué pasa, ¿por qué? Confundidos me preguntan: ¿qué pasó? ¿Qué te dicen, ya saben algo? Y yo respondo igual: no sé, no sé. Tratan de animarme y me dicen que todo estará bien, que quizá sufrió un pequeño accidente y que la van a encontrar.
Las horas pasan, aunque para mí el tiempo está detenido. No siento nada, sólo miedo, un miedo como nunca en mi vida había sentido, un miedo de pronto paralizante que me hacía no escuchar nada de lo que me preguntaban o decían.
Más familiares, más amigos llamando, preguntando, diciendo que todo estará bien. Unos de ellos fueron a mi casa a abrazarme, a llorar conmigo y a orar. Comenzamos a orar desde ese día, pues al ser creyentes sabemos que Dios es Todopoderoso y también Él nos va a ayudar.
Todos esos familiares y amigos no lo pueden creer, acababan de vernos juntas, felices, sonriendo con tanto amor las dos. En cada momento recordaba las hermosas cinco semanas previas que habíamos pasado de vacaciones en ese país de primer mundo, donde salimos casi dos o tres veces por semana a correr en el campo, donde hicimos senderismo en parajes hermosos, pero seguros, con cámaras de vigilancia. Otro mundo de verdad. Mi mente recordaba cada una de las fotos que habíamos tomado, en las rocas, en los senderos, felices, sonriendo, buscando pequeñas muestras de la inmensa naturaleza, solo para admirar y pensar en lo maravillosa e inmensa que es la creación de todo.
Poco a poco, mi mente regresa al momento, mi corazón al dolor. Siento como si me hubiera atravesado algo, ya no lo siento completo, está destrozado por dentro. No saber qué pasa, no poder salir corriendo a buscar, no tener noticias de nada.
Por otro lado, una autoridad me llama para completar la ficha de búsqueda y seguir dando detalles que puedan ayudar a su localización, pero no sé más. Apenas la había dejado de ver cuatro días antes, pues yo la alcanzaría después. ¿Qué otros detalles decirles? No sabía si llevaba más ropa, no sabía si llevaba más cosas, pero ¿por qué? ¿Acaso me preguntan eso como si ella hubiera querido huir? ¡Oh no! ¿Ella huir? No. Estaba más emocionada por regresar a la UNAM, esta vez a estudiar Fisioterapia, para así ayudar a las personas a sentirse mejor, a tener contacto con ellas, para dar algo valioso de sí a alguien más.
No pudo irse por su voluntad. Y en ese momento, como torbellino de fuego, llegan a mi mente imágenes como si yo estuviera ahí… Alguien se la llevó, alguien se la llevó. Sólo escuché mi grito porque me dijeron: calma, ¿qué te pasa?… Esa intuición de madre que no falla. Se lo comenté a la autoridad que me llamaba para corroborar datos y señas: alguien se la llevó, no tuvo un accidente, alguien se la llevó.
*mamá de Amelí.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

Comments ()