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Por Yohali Reséndiz 
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En unos días será mi cumpleaños y, aunque sé que es el primero de muchos años en que no volveré a tener una llamada de usted, todo lo tengo fríamente calculado.

En lugar de esperar esa llamada, a partir de este año abriré aquel regalo que un día le pedí.

Una carta que he guardado durante 27 años dentro de mi alcancía de Arcoíris que me regaló en mi cumpleaños número 9. Y como ya ni le ponía monedas, en su lugar guardé lo que para mí representa uno de mis tesoros invaluables.

Jajaja, todavía me acuerdo cuando le pedí que me la escribiera. Habíamos terminado de ver una película en familia y uno de los protagonistas había perdido a su mitad, a su compañero de equipo, y entonces le dije: escríbame una carta…

—¿Una carta? ¿Para qué quieres que te escriba una carta?

Para que cuando ya no esté, yo pueda leer lo que usted quisiera que sepa en esos momentos tan complicados… Ahí me abrazó.

Pasaron varios años y creí que lo había olvidado, pero en un cumpleaños… ahí estaba, clavado un sobre dentro de un gran ramo de rosas color mamey. Ese sobre está aún cerrado.

Lo tengo todo planeado: mi despertador sonará a las 5:45 AM, dejaré la cafetera lista y, a las 6 de la mañana, en mi terraza —a la hora en que siempre recibí su llamada diciendo: "Hoy es fiesta nacional"—, cantarme las mañanitas y al final decirme: “Al rato llego a la casa, te llevo tu pastel y flores”, esta vez le pediré a Alexa que ponga las mañanitas bajito y luego abriré el sobre para leer/escuchar lo que tenga que decirme en este año y los que vengan. Y como desde hace muchos años me compro las flores más maravillosas (aunque algunas duren un suspiro), tengo previsto que desde un día antes todos los jarrones que hay en casa tengan un ramo. Porque sí: ¡ese día es fiesta nacional, cómo no!

Me haré mi propio pastel. Aún no sé si con mangos o chocolate. Y me pondré el vestido rosa fucsia que me gusta mucho.

En un año me ha dado tiempo para reflexionar y no hay reproche alguno. Mi amor y respeto para usted están intactos. No le cambiaría un cabello. Así, tal cual, lo sigo adorando.

Y si volviera a vivir de nuevo mi historia, uy… me gustaría volver a aprender a nadar y escucharlo gritar como cada vez que me subí a ese trampolín de seis metros:

—¡Hijaaaaaa, los Reséndiz nunca tenemos miedo a nada! ¡Aquí estoyyyyy, yo te cuido, aviéntateeeeee……!¡¡¡¡¡¡¡Yyyyyy….. splash!!!!!

Y si yo, al girar, pudiera regresar el tiempo, me gustaría volver a aprender a bailar con usted.

Volvería a disfrutar y aprender de todo lo que me enseñó para no depender de nada ni de nadie. (Por cierto, acabo de comprarme una caja chulísima con martillo y de regalo trae una punta de goma intercambiable, pinzas de corte y de presión, ah, y un desarmador eléctrico con varias cabezas intercambiables, monísimo). El taladro que me regaló es otro de mis tesoros. Acabo de poner los cortineros en mi recámara… jajaja.

Pues bien, este cumpleaños me permitiré llorar el tiempo que dure leer la carta, porque reafirmo que uno de los regalos de vida —de todos, este y los cumpleaños que me queden por celebrar— es que usted tenía dos opciones y eligió no ser un padre ausente. Decidió compartir conmigo horas de calidad, días que contaron, siguen presentes, perpetuos.

Lo adoro. Feliz día, papá.

✍🏻
@yohaliresendiz

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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