Por Yohali Reséndiz

Mantener a los hijos con actividades independientes al colegio es todo un reto: lo es en lo económico y en la organización de los tiempos, ajustando horarios que convengan a todos los involucrados. Pero ofrece una gran ventaja a corto, mediano y largo plazo: mantiene a los niños y niñas alejados de un enemigo ya visible a lo largo del día.
Así, la salida al parque, incluso a la calle (con vigilancia adulta), la asistencia a una clase deportiva o a un taller, se convierten en una esperanza de protección.
Pero ¿qué ocurre cuando los propios padres prestan a sus hijos un móvil inteligente desde los dos años? ¿Y cuando, a los ocho o nueve, les regalan su primer celular?
Hace unos días conocí la historia de Valeria, una niña de 10 años que se escribía con un “amigo” que conoció en un juego llamado We Play. La aplicación permite acceso a chats grupales y privados donde los participantes pueden intercambiar stickers y mensajes. Así comenzó la conversación:
Día 1
—Hola 😬
—Hola 😱
—Me llamo Luis, pero me gusta que me digan Luigi. ¿Y tú?
—Valeria.
—¿Y cómo te gusta que te digan?
—Así, Valeria.
—A mí me gustaría decirte Val, ¿puedo?
—Sí.
Día 4
—Oli Val 👋
—Hola, Luigi.
—La otra vez olvidé preguntarte, ¿dónde vives? Yo estoy en Michoacán. ¿Y tú?
(Envía su ubicación).
—En México.
—¿Pero en qué parte de México?
—En la ciudad.
—¿Pero en qué parte de la ciudad?
(Valeria envía su ubicación).
—Sabes, me gusta mucho jugar contigo. Adiós.
Día 14
—Hola, Val, ¿cómo te fue en la escuela hoy? Yo todavía no me quito el uniforme, mira.
(Envía una foto: solo se ve una pantalla y sus dedos en señal de paz ✌️).
—¿Ya te cambiaste? Me gustaría que me mandaras una foto. Quiero conocerte.
(Valeria le envía una fotografía de su rostro).
La madre, generalmente absorta en sus ocupaciones, notó que su hija comenzaba a arreglarse más de lo habitual. Empezó a prestarle más atención y una noche, mientras Valeria dormía, revisó el celular. Al leer la conversación, decidió responder haciéndose pasar por su hija:
—Holaaa.
Casi de inmediato, alguien contestó:
—¿No puedes dormir, Val?
El corazón se le salió del pecho.
—No, no puedo. ¿Y tú? ¿Qué haces despierto?
—Estoy jugando un videojuego.
(Envía una foto de una pantalla. Él no aparece).
—Val, ahora te toca a ti mandarme otra foto.
La madre, paralizada, escribe:
—Es que estoy en pijama.
—No me importa. Val, tú eres linda. Me gustas.
—¿Me dices la verdad? ¿Cuántos años tienes?
—¿Si te digo, no dejas de hablarme, Val?
—Sí, lo prometo.
—¿Y me vas a conocer?
—Sí.
—¿Pronto?
—Sí.
—Si me acerco a tu casa, ¿podemos ir por un helado?
—Pero… ¿cuántos años tienes?
—19.
La madre de Valeria entró en shock.
Y ahora, le pregunto mientras me lee:
¿Tiene usted hijos menores de edad?
¿A qué edad les permite utilizar libremente el celular?
¿Sabía que entre los 9 y 15 años ocurre el segundo periodo sensible de aprendizaje, una etapa crucial para el desarrollo cognitivo, social y emocional?
¿Cuántas horas al día pasa su hijo frente a una pantalla?
¿Sabe lo que ve? ¿Con quién interactúa en los juegos?
¿Considera que el uso del celular afecta su rendimiento escolar?
¿Ha pensado si el celular contribuye a su aislamiento?
¿Sabe que, a través del móvil, su hija o hijo puede ser víctima de acoso o delito sin que usted lo note?
¿Le ha resultado más fácil darles un móvil que brindarles tiempo y atención de calidad?
Si su hijo o hija ya tiene celular, ¿existen límites de horarios, uso de control parental y páginas bloqueadas?
Escribo esta columna porque es necesario remarcar que en los hogares de este país debemos asumir la responsabilidad de proteger a nuestras hijas e hijos de los peligros digitales.
Como periodista, he cubierto en seis años al menos tres denuncias de enganchadores de menores a través de la red. En ninguno de esos casos las adolescentes regresaron a casa.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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