Por Yohali Reséndiz

En 2014, Daniela conoció a Luis Alberto Martínez Zúñiga.
“Soy un hombre trabajador, responsable, protector y un arquitecto muy reconocido”, le dijo.
La llenó de atenciones y promesas que Daniela confundió con amor.
Daniela vivía sola en la ciudad de Oaxaca, lejos de su familia, así que pensó que había encontrado a alguien en quien confiar.
Al poco tiempo, lo que parecía “cuidado” empezó a sentirse como control. Le decía:
— “No me gusta que salgas sola.”
— “Esa amiga tuya no te conviene, habla mal de ti.”
— “Ese hombre no te respeta, mejor no le hables.”
Las palabras fueron su primera arma. Los Insultos buscaban reducirla, romper su autoestima:
— “Eres una puta.”
— “Sin mí no serías nadie.”
— “Comes gracias a mí.”
Luis Alberto Martínez Zúñiga, la culpaba por sus infidelidades y su consumo de prostitución:
— “Si no quieres tener sexo conmigo, tengo que irme con las putas. Y eso, es tu culpa.”
Jugaba con la mente de Daniela, haciéndole creer que sus explosiones eran culpa suya, y que ella lo provocaba.
La cuestionaba en qué gastaba su dinero, como si ella no tuviera derecho a decidir en qué gastarlo.
— “Te doy todo, ¿y todavía gastas en eso?”
Luis Alberto le insistía a Daniela que dejara de trabajar y estudiar:
— “¿Y para qué te preparas? Si tu lugar está aquí, conmigo.”
Llegaba borracho de madrugada y la despertaba exigiendo:
— “Chúpamela”
Nunca le importó si Daniela estaba dormida. Si tenía miedo o asco. Era una orden.
En varias discusiones, amenazaba con lastimar a su perrita para que cediera o se callara.
La violencia física hacia Daniela comenzó con empujones, jaloneos y gritos. Escaló a patadas, intentos de asfixia y encierros. Cuando llegaba ebrio, ella se encerraba con su perrita en la recámara y cerraba con llave. Funcionó hasta que llegó el día que casi la mata.
Vivían en un cuarto nivel.
El 1 de diciembre de 2019, después de una reunión con la familia de Luis Alberto y amigos, al regresar a casa Daniela le confirmó que quería terminar la relación. Se enfureció. Rompió la puerta de la recámara a golpes y patadas, lanzó a Daniela al piso, se subió sobre ella, siempre trataba de asfixiarla. La golpeó, pateó a su perrita, amenazó con lanzarla por la ventana y luego hacer lo mismo con ella.
La encerró y solo cuando pidió ir al baño pudo sacar el teléfono escondido en su pantalón y mandar mensajes:
— “No quiero ser una más, evita una desgracia” escribió a sus amigos, envió videos solicitando auxilio, rogó al chofer de Luis Alberto que llegara rápido. Las amigas y la policía llegaron. Esa noche escaparon con vida, la perrita y Daniela.
Unos meses antes, Daniela había instalado cámaras en el departamento, supuestamente para su seguridad porque “estaba sola muchas horas”. Esas mismas cámaras Luis Alberto las usaba para vigilarla desde su teléfono y saber exactamente lo que hacía.
Daniela pensó que denunciar sería el principio del fin, pero fue el inicio de otra forma de violencia. Tuvo que repetir su historia una y otra vez, como si su versión pudiera cambiar. Expuso su cuerpo a revisiones médicas, mostró cada lesión, mientras por dentro Daniela se sentía rota. Escuchó de una agente del Ministerio Público:
— “Esas imágenes que tienes no sirven como prueba.”
Meses después, esas mismas pruebas le fueron admitidas.
Desde ese momento Daniela ha tenido que vivir vigilando que las autoridades de la Fiscalía General de Justicia en Oaxaca hagan lo que les corresponde. Y aunque logró que se incorporaran los datos de prueba que pudo reunir, Daniela ya es consciente de que la violencia doméstica es un crimen que ocurre dentro de las cuatro paredes de un hogar, invisible para el resto, y que solo lo sufre quien la vive.
Daniela ha vivido la crueldad de tener que callar, de no poder hablar como quisiera para respetar “el debido proceso” y no “afectar” la presunción de inocencia de su agresor.
Tras el último episodio de violencia a Daniela le diagnosticaron trastorno de ansiedad mixta y continúa con tratamiento. El miedo, la desconfianza, la hipervigilancia son parte de su día a día. El trauma es una carga constante que no la deja vivir en paz ni desarrollarse plenamente.
Hoy valora y agradece la oportunidad de seguir con vida, siempre hay un momento en el día en el que algo le recuerda su pasado.
Durante todo este tiempo ha vivido con miedo. Él sigue libre y, aunque existen medidas cautelares en su contra, al final de cuentas son solo un papel. Nada le impedirá incumplir. La libertad de Luis Alberto protegida por sus recursos económicos, sus conexiones políticas y el encubrimiento de su familia, es la evidencia más clara de la impunidad que lo ampara.
Incluso con una sentencia de 5 años por violencia familiar, no ha pisado la cárcel.
A Daniela le han dicho que lo supere, que pase ya la página.
¿Pero cómo se “supera” un intento de feminicidio?
Daniela sobrevivió a un hombre que intentó asesinarla y ahora sobrevive a un sistema que lo protege.
Decidió hablar porque entendió que la impunidad de Luis Alberto Martínez Zúñiga terminará hasta que ella hable. Si él sigue libre es porque ella ha estado callada… pero no más. A pesar del miedo, exponerlo también la protege. Confía en que quien lea su historia, estará vigilante de que las leyes se cumplan.
Durante todos estos años Daniela ha tenido que resistir, luchar, vigilar el proceso y soportar todos los recursos que él ha interpuesto para alargar y dilatar el juicio. Esa estrategia retarda la justicia. Porque, a pesar de que ha sido sentenciado por un juez y que la presunción de inocencia ya no la tiene, todavía cuenta con el derecho de apelar y ampararse contra esa sentencia, dilatando aún más el momento en que cumpla lo que el juez dictó.
Que sirva pues el testimonio de Daniela para las mujeres que están enfrentando lo mismo que ella:
No se queden calladas, denuncien. Sí, se van a encontrar con un sistema que muchas veces parece proteger más al agresor que a la víctima, y sí, se van a topar con barreras, con indiferencia y con injusticias. Pero denunciar es necesario para frenar la violencia antes de que escale.
Las mujeres son más fuertes de lo que creemos. Y en el camino encontrarán personas que las van a escuchar, apoyar, orientar y, sobre todo, creer. “No están solas” dice Daniela con lágrimas en los ojos.
Ninguna mujer debe salvarse de la muerte para después huir de la impunidad.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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