Por Yohali Reséndiz
Los viejos políticos no necesitaban gritar para aplastar. Su generación sabía operar desde la sombra: no gobernaban, administraban el miedo.
En los noventa, el destino de México se decidía entre dos fuerzas: el dólar y los santos, rituales y brujos.
En cambio, los políticos de hoy en su mayoría han reemplazado la sangre del animal por algoritmos. La ofrenda es para el Dios TikTok.
Los nuevos políticos, miden el poder y sus cargos en “vistas y likes”. No hablan con espíritus, sino con editores de video. Y en medio de esas dos épocas de políticos, fluye Alejandro Gertz Manero. La pieza más triste de la vieja maquinaria política.
Actualmente no hay otro político que represente mejor la transición entre el México que invocaba santos y el México que invoca tendencias. Y aunque Gertz Manero no es un influencer ni recurrente a brujos, es peor: es el último alumno de una escuela que ya no existe, hoy sobrevive con trucos de anciano en un tablero que hace tiempo comenzó a ignorar sus jerarquías.
Y sí, fue rector, académico, secretario. Pero su nombre adquirió sentido público cuando se sentó en el cargo máximo: Fiscal General de la República que en teoría debía ser el cierre de su carrera y terminó siendo su epitafio.
México entero conoció su voz no en conferencias sino en grabaciones telefónicas: la ira silenciosa de un hombre acostumbrado a que nadie le dijera que no, reclamando a ministros, exigiendo obediencia, intimidando con la certeza de quien se cree invencible y nunca lo fue.
Lo que le hizo a Alejandra Cuevas fue su fractura. La justicia como arma privada. La prisión preventiva como castigo familiar. El expediente usado como violencia doméstica. Y al final, la Suprema Corte le volvió a exhibir su falta de poder al fiscal Gertz:
Cuevas quedó libre, su acusación contra ella fue desechada y el fiscal del México viejo fue humillado en el México nuevo.
Los viejos políticos nunca hicieron lo que Gertz hizo. Gertz quiso ser una mezcla de lo que hacen los viejos y los nuevos políticos y no le salió, y cuando expuso su naturaleza a la vista de todos, fue un desastre, un escándalo. Gertz no midió el tamaño del ruido: la tormenta digital, el escrutinio, el ojo colectivo. No asumió que ya no hay priistas obedientes sino expriistas-morenistas desobedientes.
Jamás sus antecesores como Los Salinas, Los Bartlett, Los Hank practicaron el terror en audio y en tiempo real, grabado, reproducido, viralizado y mientras los primeros sacrificaban cabras, el segundo buscaba sacrificar personas con un slogan mañanero cada vez que se asomaba al espejo: “el poder es mío”. Solo que Alejandro Gertz Manero, no era poderoso, el espejo le mentía y jamás le dijo: no Alejandro, eres un perdedor disfrazado de fiscal.
Así que la salida de Gertz no es una renuncia es un destierro y a pesar de sus años, Alejandro Gertz aún no sabe que la palabra “embajador” suena limpia, educada, civilizada.
Por eso es que “la embajada para Gertz” será una casona con un sillón cómodo en un país lejano donde nadie le preguntará por qué convirtió la Fiscalía en un instrumento de venganza personal.
Nadie hablará con él del expediente contra su familia y nadie le recordará que un fiscal cuyo deber era perseguir a los criminales y darle justicia a los mexicanos, en su lugar, invirtió energía, recursos de la institución y tiempo en perseguir a una viuda y a su hija.
Además, ¿quién le va a creer a Alejandro Gertz Manero que será embajador si no tiene glamour?.
Seguramente Gertz irá a un país en el que no importará políticamente. A una embajada menor y por eso es que ahora está en “la banca diplomática” que no es otra cosa que la fila de los jugadores que no rinden, de las piezas que sobran en el tablero del juego. Ahí está el ex fiscal, sentado esperando turno, el hombre que amenazaba a ministros, el operador que se creyó invencible sin serlo.
Y sí, Gertz está a la espera de que algún gobierno extranjero lo reciba, lo tolere, lo oculte y lo entierre.
Porque hay que escribirlo, al ex fiscal Alejandro Gertz Manero sin un disparo, le arrebataron el poder y para alguien como él eso es peor que la muerte porque a los viejos políticos como él así se les extingue. Así se les olvida y así se les ignora.
Gertz no tendrá recibimiento con honores. Ni cóctel de bienvenida. No habrá protocolo de Estado para quien llegó a la Fiscalía como un arma de combate y lo desechan como un mueble de oficina vintage.
Lo más probable es que su nombre aparezca una última vez en los periódicos, acompañado de un detalle burocrático: “El embajador Alejandro G. presentó sus cartas credenciales”. Pobre. Una nota de trámite. Rúbrica final en la vida de un perdedor. Y después, el silencio del destierro. El silencio que duele, el que mata, el enmudecimiento de Alejandro Gertz Manero, el perdedor.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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