Compartir con Juanito, una crónica de días de dar

Hoy pienso en Juanito y deseo que haya pasado una bonita Navidad y este 2023 le depare las mejores cosas.

Compartir con Juanito, una crónica de días de dar
Por Yohali Reséndiz

Circulaba por el eje 5 a la altura de Plutarco Elías Calles cuando la luz del semáforo marcó el alto, como siempre, quité mi mano derecha del volante y la posé en mi barbilla, entonces,  espejé, miré a mi alrededor y un adulto mayor sentado en cuclillas llamó mi atención, estaba segura de que lo conocía. Parecía extraviado, no estaba sucio, ni tampoco se veía desalineado, sólo estaba como retraído, absorto en sus pensamientos. El claxon del auto de atrás me hizo reaccionar, avancé y como llegué hasta a lateral y le di vuelta a la manzana, me estacioné y caminé mientras me obligaba a recordar el nombre de ese rostro que mire tantas veces de niña, al tenerlo frente a mí, le reconocí; sí, era él, Juanito, el señor que vendía gelatinas.

Me acerqué sin miedo y me bajé a su altura (me dolieron las rodillas, lo confieso) y pregunté:

- Juanito, qué está haciendo aquí, ¿qué pasa?

Me miró unos minutos sin decirme nada, me escudriñó, buscó en el baúl de sus recuerdos y contestó.

- No sé qué más hacer con mi vida. Hoy, por ejemplo, no tengo dinero para comer.

Claro que tiene dinero Juanito, mire, - le dije- y me levanté para sacar de mi bolsillo del pantalón todo lo que tenía, - menos las llaves, - todo lo saqué hasta el cambio. Juanito se levantó con fuerza, aquel hombre había perdido varios dientes, pero no la sonrisa que yo recordaba.

- ¿Te gustaban de vainilla con una sola pasa, ¿verdad? También las rojas y las de jerez, dijo seguro.

- Sonreí, sí Juanito soy gelatinera y son las que me siguen gustando, aunque ahora ya no les ponen pasas y jamás he vuelto a probar esas ricuras…

- ¿De verdad? Me preguntó Juanito mientras se sacudía el pantalón.

- Lo juro, es más ¿Cuándo voy a volver a probar esas delicias, Juanito, sigue vendiendo?  Es más, vamos a comer acá enfrente ¿le gusta la pizza?

- No, no, esos lugares no son para las personas como yo, me dijo mientras meneaba los dedos de manera horizontal.

- ¿Cómo? Le pregunté con un gesto en mi frente. ¿A poco yo tengo tres brazos, cuatro piernas? No Juanito, no somos diferentes.

- Claro que sí, me respondió. Soy pobre y los pobres no entramos a comer a esos lugares- Dijo resignado.

-  Bueno, Juanito, la pobreza es verdad tiene que ver con el dinero, le dije mientras le metì la mano en su antebrazo derecho y prácticamente lo obligué a caminar para cruzarnos. He de confesar que lo único en lo que pensaba era en usar las palabras correctas para ese hombre que me había dado bocados de felicidad cada domingo. Hoy parecía derrotado, agobiado, como muchas veces quizá se han sentido en algún momento quienes me leen por la situación que sea, un sentimiento de hombres y mujeres de este país que han trabajado toda la vida de sol a sol y no tienen lo que tienen muchos otros hombres y mujeres en otros países cuando el ocaso de sus vidas comienza.

- Pedí una de quesos y la mitad de pepperoni y dos chescos. Nos sentamos.  Juanito devoraba, estoy segura de que nunca se había comido una pizza con un refresco tan frío;  ¡ah! cómo disfrutaba las burbujas en su garganta y ¡ah! cómo me llenó escuchar su: “¡ahhh!” y mirarlo devorar cada bocado. De repente, Juanito me dijo tapándose con media servilleta la boca.

- ¿Sabes qué niña Yohali?

- Mande Juanito… (en esta parte sonreí cuando dijo mi nombre).

- Voy a enseñarte a hacer tus propias gelatinas para que nunca más añores ese sabor. Mira el secreto es comprar grenetina, uno nunca debe escatimar en lo mejor, eso siempre lo hice y mis clientes como tú lo sabían, es calidad no cantidad, -me explicaba mientras se chupaba los dedos-, luego debes comprar tus sabores y colorantes que es como la vida misma, la leche y el agua es como los días y tú puedes hacerlos brillantes y especiales con solo una gotita de actitud, de decisión, luego vienen las medidas de azúcar ni muy muy ni tan tan, “ahhhh” , - aquí le dio otro sorbo a su chesco-, solo el dulce necesario, me dijo levantando el dedo inquisidor, límites son esenciales para todo, hasta para uno mismo y eso sí,  para que te queden de rechupete, siempre hazlo todo con amor.

- Juanito, ¿puedo preguntarle porque sabiendo tanto de la vida estaba en una banqueta, pensativo, desorientado, derrotado, si es que acaso cabe la pregunta?

- Cuando me conociste, aún estaba Damiana, ella era la persona que desde que la vi, soñé con hacer vida con ella y así fue. Viví para mi mujer, luego nació Josefina, así se llamaba mi madre y así le pusimos en su honor, ambas eran mi motor, mi esperanza de ser mejor hombre y padre de familia, el dinerito que ganaba a diario con la venta de mis gelatinas nos proveía para salir de los gastos diarios, a veces alcanzaba para pan de dulce y otras veces para galletas marías con un té de canelita bien caliente, no había para lujos pero siempre les di lo mejor que pudieron darles estas manos (me dijo mientras me mostraba las palmas), en las mañanas salía a vender y en las tardes hacíamos gelatinas, teníamos que guardar lo de la renta, para la luz y para materia prima. Todos los días mi vida fue esa, felicidad, hasta que a mi hija me la mató la pobreza, la enfermedad llamada leucemia, no pude pagar un médico caro y en los hospitales del gobierno, sí, si la atendieron no voy a decir que no, pero ahí todo cambió, comencé a ingeniarme cómo hacer para tener más dinero, habían más gastos, bajé la calidad, cambié de marca de grenetina, comencé a colorear la leche y el agua con polvos y a hacer una melaza con piloncillo porque no podía pagar el azúcar, empecé a meter solo colores oscuros, el jerez, el chocolate, uva, afuera quedaron los colores brillantes, los sabores de piña, limón y grosella, ya no había arcoíris, la tristeza invadió a mi esposa, vimos como la vida de mi pequeña se nos fue y ni mi Damiana ni yo nunca lo pudimos superar, apenas la enterramos y a los 7 meses se me fue ella, yo pensé que estaba dormida y la deje descansar y fue entonces cuando me fui a dormir cuando… cuando…

- Discúlpeme, Juanito, si lo he hecho que recuerde cosas tan amargas, no sabía…. le dije apesadumbrada.

- No, niña Yohali, tú no tienes la culpa de nada, al contrario, hoy me hiciste un gran regalo y no me refiero al dinero, hoy me has hecho un hombre rico de espíritu porque al reconocerme, no te seguiste indiferente y al mirarme decidiste compartir lo que traías en tus bolsas conmigo, eso es algo que ya no ocurre, la gente se ha vuelto desconfiada pero hay algo más, no solo me diste para mi comida sino que además, decidiste compartir los alimentos conmigo de esto que ha sido exquisito y que no sabes cómo ha gozado mi paladar, pero lo que más valoro después de años de dolor es que hayas decidido darme lo más valioso que tenemos los seres humanos: TIEMPO, así que gracias por compartir con este viejo estos momentos que para mí, después de muchos años de dolor son un regalo, ven dame un abrazo de Navidad, porque eso es la Navidad ¿sabes? Compartir, dar, valorar, ser, estar, sentir, hablar, saborear, disfrutar qué importa si son unos minutos o unas horas al final lo que importa es lo que uno se llevará en la memoria para siempre y créeme, este momento estará el día que mis ojos se cierren para siempre y sonreiré porque mi alma hoy tuvo el alimento que por años no ha tenido: la mirada de alguien sobre mí y la decisión de estar junto a mí en vida, es decir, ahorita que aún respiro.

- Feliz Navidad Juanito.

- Feliz Navidad, niña Yohali- me dijo.

Hoy pienso en Juanito y deseo que haya pasado una bonita Navidad y este 2023 le depare las mejores cosas.

@yohaliresendiz

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