Por Dra. Yuriria Rodríguez Castro

“Yo la batí
Hasta que se montó
Segundo es chingarte
Lo primero e' Dios”
(Hentai, canción de Rosalía, 2022)
Son puros “bellacos” como perros excitados que necesitan desahogarse y “perrear”, igual que puritanos cumpliendo las órdenes de la “naturaleza” sin desarrollar una vida afectiva, porque los afectos pudieran pervertirlos.
El nuevo puritanismo se oculta y disfraza detrás de códigos de conducta que parecen liberales: un nuevo puritanismo generacional se ha apoderado de los comportamientos.
Hasta ahora, los analistas se han equivocado, el populismo no es una izquierda ni una derecha, tampoco un fenómeno mesiánico, sino un nuevo puritanismo que conecta con jóvenes de entre 25 y 35 años, quienes simpatizan con el martirio porque lejos de ser más liberales que las generaciones anteriores, retomaron la ideología puritana, pero con ritmos boricuas que disimulan sus fobias.
El liberalismo ha fracasado en el siglo XXI, pues mientras los puritanos se encuentran posicionados en el reinante populismo, los liberales están divididos entre empresarios que apoyan la libre economía, pero que rechazan las libertades afectivas, desarticulando el posible respaldo de algunos intelectuales que están a favor del aborto y la comunidad homosexual.
Desde hace siete años, he impartido la cátedra “Comunicación de los movimientos políticos y sociales” en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y durante mi labor docente, he notado que sólo hay dos movimientos lo suficientemente exitosos como para seguir influyendo de manera decisiva en la vida social y política: el liberalismo y el puritanismo; todos los demás movimientos forman parte de estos dos y se supeditan a ellos.
El movimiento liberal no se refería centralmente al triunfo de las libertades sexuales, sino a la victoria de relacionarse libremente. En cambio, el puritanismo prohíbe las libertades; los que, según Erroll Hulse, autor de La historia de los puritanos, han integrado este movimiento son congregaciones anabaptistas, pentecostales y cuáqueros, por mencionar algunas iglesias evangélicas y fundamentalistas, apegadas a un calvinismo reformista sumamente rígido.
Hay que señalar que fueron familias de cuáqueros los principales empresarios y productores de la industria armamentística en Gran Bretaña, pues Samuel Galton fue quien expandió este mercado mundial, tal como lo indica Priya Satia en su libro El imperio de las armas. La construcción violenta de la revolución industrial.
La pureza del “bellaco”
La palabra “bellaco”, que cantan y se copian entre sí los reguetoneros, demuestra un puritanismo que, según el diccionario etimológico Joan Coromines, significa “rufián” o “palurdo”, mientras que “bellaquear” es maltratar, aunque el uso de moda se refiere a estar “excitado” y andar “perreando”, conceptos de una sexualidad animal y moralista.
El regreso a lo natural era el sueño puritano y también lo es para los que gustan del “perreo”; el nuevo puritanismo sólo es distinto al tradicional en el orden de la apariencia: los puritanos de los siglos XVI y XVII mostraban una naturalidad sexual sin erotismo, pero en lo privado, algunos tenían conductas consideradas “perversas” o “aberrantes”, incluso hasta llegar a un sectarismo familiar que inducía al incesto y al abuso.
Ahora, el puritanismo reguetonero y juvenil muestra una fachada de supuesta sexualidad abierta y liberal, pero en el ámbito privado se enfrenta a patrones conductuales deserotizados, que se limitan a la naturaleza del desahogo.
El gran éxito del movimiento puritano es que supo recoger la esencia de las prácticas de sacrificio y martirio de todos los tiempos, desde las culturas mesoamericanas y griegas con sus sacrificios humanos, hasta el medioevo con los flagelantes milenaristas y escatológicos: por eso la palabra FUCK se mantiene y recupera de forma muy similar al uso que le dan a la palabra “chingar” cantantes como Rosalía, quien antepone a dios para tener sexo. La expresión fuck es la abreviatura de dicho otorgamiento divino.
“Chingar” es fornicar con permiso de dios y tiene que ver con la institucionalización del ámbito más privado de todos, el de los afectos, pues durante el periodo puritano, sólo se podía tener sexo con permiso de la reina Isabel y el clero. El sexo de las juventudes reguetoneras es el martirio que desahoga:
Michael Foucault, en tomo cuatro de Historia de la sexualidad, se refiere al martirio como “una conducta de verdad: testimonio de la creencia por la cual se muere, manifestación de que la vida de aquí abajo no es otra cosa que una muerte, pero que la muerte, por su parte, da acceso a la verdadera vida, testimonio de que esta verdad permite afrontar el sufrimiento sin desfallecer. El mártir, sin siquiera tener que hablar, y por su sola conducta, saca a relucir plenamente una verdad que, al mortificar la vida, hace vivir más allá de la muerte” (p. 124).
Los posmodernos como Zygmunt Bauman estuvieron cerca de definir con precisión la tendencia al puritanismo, pero les hizo falta analizar que la sociedad no se dirigía a la fugacidad, sino al desahogo martirizante. Esta generación reguetonera y de Tik Tok es casi tan regresiva a estados de naturaleza, que necesitan descargar esa complejidad con la que no pueden lidiar.
Mucho del fracaso en explicar conductas y comportamientos radica en que no observamos el triunfo de los movimientos puritano y liberal; peor aún, que nos creíamos liberales cuando sólo estábamos educando puritanos. Quizá por eso los bloques opositores liberales no son suficientemente eficaces, pues mientras una parte del liberalismo económico siga respaldando al puritanismo anti aborto y la familia tradicional, el nuevo puritanismo populista tiene entre sus electores a jóvenes que “perrean” entre la exaltación violenta del narcotráfico.
Propongo que comencemos a referirnos entonces a una conducta afectiva, en vez de a una conducta empática, pues toca a las ciencias de la comunicación hacerle notar a la psicología que la falta de empatía no hace del psicópata un potencial asesino, cuando esta falta de empatía también se presenta en el trastorno bipolar. La empatía es la expresión afectiva, pero no el afecto. No tiene mucho sentido; asesinos seriales como Edmund Kemper o el propio Jeffrey Dahmer, eran capaces de empatizar y mataron con crueldad: se requiere una teoría conductual de los afectos.
Contrario a lo que se supone, el martirio no es aceptación del sufrimiento, sino su negación, sólo la vida afectiva acepta los sentimientos y las emociones producidas. El mártir, ve en el martirio un proceso de mortificación que es un vehículo hacia la continuación de la muerte, pero cierra los ojos ante cualquier emoción o estado afectivo.
En su ensayo El tema del amor en los fundadores de la fenomenología contenido en el libro Fenomenología de la vida afectiva, Roberto J. Walton, se refiera a los tres niveles observados por Edmund Husserl: el sentir sensible que consta de agrado y desagrado, el nivel intencional que añade valor y abstrae, y el tercer paso, la realización de los afectos.
Mi conducta sexual ante el puritanismo
En su trayecto, este ensayo científico social se convierte en una autobiografía. Lo autobiográfico es útil cuando permite hacer de la propia vida un laboratorio para el estudio sociológico.
En los últimos dos años intenté relacionarme sexual y afectivamente con una mujer más joven que yo, perteneciente a ésta generación juvenil puritana: ella no tenía más de 30 años cuando la conocí, una edad plena para ejercer su sexualidad. Por obvias razones, no daré su nombre.
Quiero advertir a mis estudiantes que ingresar en la propia experiencia con mirada científica es un camino difícil, pero lleno de conocimiento, pues como ya lo he dicho en cátedra, son nuestras ciencias de la comunicación las encargadas de estudiar conductas y comportamientos. Sin embargo, cuando nos fuimos al extremo de la especialización técnica, haciéndonos “periodistas”, dejamos en manos de la psicología y la antropología, los objetos de estudio que nos correspondían.
Motivo de otra reflexión es mi argumento sobre la necesidad de caminar hacia la “desespecialización” educativa, porque se llegó al extremo de especializar en menoscabo del intelecto, hasta convertir a los posgrados en otra necesidad fisiológica, equiparados a especialidades técnicas sobrevaloradas, sin investigación ni rigor analítico.
En la era del puritanismo juvenil, el populismo educativo se ha impuesto con maestrías de seminarios o capacitaciones; otra forma utilitaria del desahogo de complejidad del conocimiento.
Regresando a mi relación con aquella mujer, puedo decir que nuestra sexualidad era disfuncional; yo le proporcionaba satisfacción sexual que le provocaba vergüenza, pero ella ni me tocaba, menos aún, ni me miraba. Se había hecho tatuajes reguetoneros que generalmente ocultaba al vestir con excesivo recato. Sin embargo, a veces usaba ropa corta, en el extremo opuesto del desahogo represivo.
Hasta este punto, sé que algunos psicólogos tendrían ya un diagnóstico clínico que definiría a esta conducta como “bipolar”, pero a mí no me toca respaldar esta teoría, pretendo entender a la conducta como una relación comunicativa, no como un trastorno, sino como conjuntos de mensajes conductuales que forman comportamientos; pues la conducta antes que otra idea, es comunicación.
Algo que atañe a nuestras ciencias es el estudio de las apariencias, que son las fachadas de las personas al conducirse en determinadas situaciones o al intentar explicarlas. Aquí, es clave estudiar a Erving Goffman en su libro La presentación de la persona en la vida cotidiana, específicamente cuando define la “fachada” como “toda actividad de un individuo que tiene lugar durante un periodo señalado por su presencia continua ante un conjunto particular de observadores y con cierta influencia sobre ellos” (p. 36).
La imagen que ella proyectaba se corresponde a esta generación juvenil puritana del desahogo: violencia casi imperceptible, funcionalidad técnica, así como sexualidad reproductiva con fobias y repulsiones eróticas. Estas características se pueden notar en los contenidos puritanos de algunas canciones de Rosalía y Bad Bunny, quienes se erigen como representantes de una sexualidad fisiológica, opuesta a los afectos.
Esta generación de jóvenes nos demuestra que el movimiento puritano sigue vigente y que los tiempos de dominio liberal se han quedado atrás, pues hasta el “género fluido” parece ser otra fachada de un puritanismo que se opone a las relaciones de complejidad afectiva.
Con esta mujer escuché las canciones de Rosalía y su pensamiento “motomami” de espiritualidad puritana.
La mujer con quien intenté esta relación, consumía marihuana comprándola en carrujos. Con frecuencia olvidaba droga en mi casa, algo que consideré peligroso debido a mi pasado adictivo y a mi trayectoria académica en el estudio de las organizaciones criminales.
La última vez que estuvo en mi casa, volvió a olvidar su dosis −un adicto genuino no deja su droga olvidada, pero un puritano no tiene afectos ni para las adicciones, quizá sólo tenga codependencias−, esa vez sentí un antiguo impulso ansioso, pues estaba segura que por los efectos que le había provocado, se trataba de un coctel de metanfetaminas y quizá de opioides disfrazados de cigarrillo de marihuana; pero tan pronto lo pensé, decidí tirarla a la basura en vez de recaer.
Mi conducta y mis afectos
¿Qué me llevó a relacionarme así? Podría rastrear en mi vida de actriz infantil incontables traumas y abusos; por ese entonces me hice adicta a las drogas, terminando mi trayectoria adictiva con el consumo de opiáceos. Drogada, una vez intenté robar algo en una tienda de discos y un policía me sometió de tal manera que yo le solté un puñetazo, luego terminé en el juzgado, mientras mi papá pagaba un soborno para evitar cargos.
Tengo 46 años y durante mi vida he tenido tres relaciones afectivas: una que duró casi ocho años, luego otra que duró dos, y la tercera que duró cinco. Cuando no tenía ni 32 años, hace poco más de una década, me fui a vivir con una mujer de la cual me enamoré, pero nuestra relación comenzó cuando ella fue víctima de su ex novio, quien le disparó en la cabeza hasta casi matarla. Recuerdo que durante un año la pasamos en los quirófanos con un pronóstico reservado, luego en terapias, discusiones y finalmente, me separé al no poder ayudarla más a salir adelante.
Después de esta relación estuve cuatro años sin intentar otra, pero un amigo me persuadió de entrar a una aplicación para encontrar pareja, ahí conocí a quien sería mi compañera por cinco años. Ella venía de un proceso de duelo por la pérdida prematura de su padre y ahora entiendo que yo también intentaba subsanar la pérdida de mi relación anterior estando a su lado.
En el vínculo martirizante se necesitan dos elementos o personas unidas por sus conductas: una parte lleva el rol del mártir y la otra, la del salvador. La relación mártir-salvador es dependiente pero imposible, pues para mantenerse en el martirio se necesita resistencia a ser salvado, mientras que el salvador sólo ofrece ayuda sin recibirla y necesita del rechazo constante para formar resiliencia.
Estamos asistiendo a una era de martirio neo puritano y quizá esto nos podría hacer entender mejor la proliferación de milicias terroristas y del narcotráfico que tienen sus fobias y repulsiones afectivas: esos bandoleros convertidos en santos y héroes, así como fieles de San Judas Tadeo y la Santa Muerte; esos sacrificantes, esos fundamentalistas.
El martirio puritano teme el dolor y convierte su temor en conducta; el afecto es riesgo de dolor, entonces, la ignorancia ofrece pureza divina: miles de penitentes irán a cantar palabras inconexas y a “perrear”, mientras cierran los ojos para evitar cualquier contacto con el otro. Todos juntos sin tocarse. Las masas, como diría Elías Canetti en Masa y poder, se atraen, pero se temen. Ignorar es un vínculo sin culpa.
Quiero cerrar este escrito diciendo que acepto mi condición temporalmente desamorosa, pero no me entrego a la represión, pues como diría Husserl: “No puede darse nada que no toca la afectividad”.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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