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Por Ana Cecilia Pérez*

Una mujer, en otro país, con otra historia y otro idioma, está publicando fotos de mi hija. Dice que se llama Luna. Dice que es suya. Responde a los comentarios con corazones y frases tiernas como si la hubiera parido.

Pero no.

Esa foto la tomé yo una mañana de domingo. Ese pijama se lo compré yo. Esa sonrisa la vi primero yo. Y sin embargo, ahí está: en otro perfil, con otro nombre, en otra vida que no le pertenece. La mía. Tampoco.

Eso es el secuestro digital. Y no, no hablo de pornografía infantil, ni de los oscuros foros de explotación que siempre parecen tan lejanos. Hablo de algo más cotidiano. Más invisible. Más perturbador en su simpleza: alguien se roba las fotos de nuestros hijos y construye con ellas una vida falsa. Una familia falsa. Un vínculo que no vivieron.

Podría parecer un caso aislado, pero no lo es.

En Estados Unidos, Natalie compartía con alegría imágenes de su bebé de 18 meses en Instagram. Un día, una amiga le avisó que esa misma bebé aparecía en otra cuenta. La otra mujer decía ser la madre. Le había cambiado el nombre. Publicaba actualizaciones falsas. Respondía comentarios como si de verdad la hubiera criado. Nadie lo notó. Solo quienes sabían que esa niña no era suya.

En TikTok existen comunidades de baby roleplay donde las personas descargan fotos públicas de bebés y niños para fingir que son sus hijos. Les ponen nombres nuevos. Les celebran cumpleaños ficticios. Interactúan con ellos como si fueran reales.

Y en Australia, las autoridades descubrieron que imágenes familiares tomadas de redes sociales habían sido utilizadas en campañas falsas de ayuda, con historias inventadas para recolectar dinero.Fotos de niños enfermos, suplantadas.

En todos esos casos, nadie pidió permiso.Y lo más duro es que la puerta la abrimos nosotras mismas.

Publicamos porque amamos. Porque nos da orgullo, ternura, alegría. Porque queremos compartir lo hermoso de la vida con quienes nos rodean. Y no imaginamos que alguien más —alguien que no conocemos— se apropie de eso para inventar una historia donde nosotras ni siquiera existimos.

Pero sí, ocurre. Y mientras no lo hablemos, mientras no lo nombremos, seguirá ocurriendo en silencio.

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