Por Claudia Pérez Atamoros
La historia sobre las mujeres caricaturistas en nuestro país, es una historia contada (casi) en su totalidad por hombres y dibujada por ellos mismos. Y no se vale. Porque la tinta y el trazo no tienen género. El olvido, sí. Jazmín Velasco, alias Jotavé, se abrió paso entre plumas filosas y redacciones hostiles. Desde Guadalajara hasta Londres, su trazo combatió el poder, la desigualdad y el machismo. Y aún así, México no la recuerda. Por eso esta columna es lápiz, memoria y acto de justicia.
En México donde la crítica entra por los ojos y duele usar tanto el rojo, la caricatura política ha sido cosa de hombres con tinta gorda y trazo sin culpa. Y cuando una mujer se atreve a colarse en el cartón editorial, le toca remar con un plumín roto y el doble de ingenio para ser tomada en serio.
Así dibujó Jotavé, seudónimo de Jazmín Velasco Reinaga(1972–2021), tapatía de nacimiento, artista por convicción, y una de esas mujeres que hicieron historia sin que la historia se diera por enterada aunque dejó entreabierta la puerta al club de Tobi…
En los años noventa, cuando las redacciones aún olían a puritos machos y briagos (había excepciones), Jotavé publicó en Paréntesis y en Unomásuno. Su tira TV Marte no era de ciencia ficción, pero sí de política-ficción, esa en la que los absurdos del poder son tan reales que dan risa... o ganas de llorar. Igualito que hoy. “TV Marte” no solo retrataba la cotidianidad absurda, sino que cuestionaba roles y estructuras. Su voz feminista y contestataria fue un faro para generaciones posteriores que encontraron en ella un camino abierto entre la tinta y el papel.
Pero Jazmín no hacía “monitos”. Su línea, suelta y elegante como quien no tiene nada que perder, retrata el absurdo cotidiano con mirada filosa y humor que no pedía permiso. Y lo hacía desde el lugar más incómodo de todos: ser mujer, ser crítica, ser brillante. La trilogía maldita de entonces y de ahora. Y si no me creen pregúntenle a eLe Figueroa que no siente lo duro sino lo tupido.
Inspirada por José Guadalupe Posada y Leopoldo Méndez (sin haber sido discípula de ninguno, gracias), Jazmín entendía que el dibujo no es solo estética, sino denuncia. Y que una línea bien colocada puede hacer temblar al gobernador, al machito de banqueta o al patriarcado de manual.
Diez años de cartón político fueron suficientes para que la depresión le dijera: o tú o yo. Porque dibujar la podredumbre nacional con humor diario no es tarea fácil, ni agradable, y menos cuando persistentemente te colocan en desventaja frente a los dioses del trazo que saludan con la derecha y con la izquierda te relegan. ¡Qué cosa más rara!, la paga también era inequitativa. Así que Jazmín, con más inteligencia que romanticismo, colgó el cartón y cambió de formato.
Se fue a Londres, no como exiliada sino como quien busca otra piel. Jotavé, la caricaturista, murió en México en los albores del siglo XXI. La mató la indiferencia de los medios, la discriminación. Decepcionada de la corta altura de miras, buscó otros horizontes al otro lado del Atlántico. Allí estudió multimedia, hizo cerámica, grabado, ilustró libros infantiles —porque se vale dibujar dulzura después de tanta víscera—, y enseñó artes marciales taoístas (como toda mujer que ha aprendido a defenderse desde el arte y desde el cuerpo). ¡Me hubiera gustado estrechar su mano!
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