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Por Cristina Auerbach*

Coahuila es un territorio que, pese a lo mucho que se le ha dañado, sigue sosteniendo la vida. Un semidesierto de ríos subterráneos y de montañas generosas que se pintan de verde con pocas lluvias. Una tierra que sigue siendo capaz de sembrar esperanza.

A esta región la condenaron hace 150 años a ser la fuente de carbón del país. Ese primer sacrificio acumula más de 3,000 muertes directas en siniestros dentro de las minas de carbón, cientos de miles de lesionados que se acumulan año con año en las Memorias del IMSS, y una desconocida cuota de enfermedades en una población que respira el polvo fino del carbón y que ha sido condenada a vivir con asma y cáncer en la misma pobreza de siempre. Coahuila está cerca de ver el final del carbón, aunque esa forma de sacrificio no puede ser la invitación a una nueva. Ahora, empresarios y gobierno quieren que el fracking supla al carbón. Con altísimos costos sociales y ambientales, pretenden escribir un nuevo capítulo donde los empresarios, lejos de los territorios, sacrifiquen otra vez a la población para hacer crecer sus cuentas de banco, sus activos y sus ranchos. Se esconden detrás de PEMEX y su retórica vacía de soberanía energética, pero también hay quienes, en nombre de la soberanía energética, parecen olvidar el valor de su tierra, del agua y de su gente.

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