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Por Cristina Gutiérrez Salman

La semana pasada se cumplieron 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo, la cual culminó con la capitulación alemana ante los Aliados en la ciudad de Berlín el 9 de mayo de 1945. La Segunda Guerra Mundial ha sido el mayor conflicto bélico en la historia de la humanidad resultando en la muerte de entre 50 y 70 millones de personas y en la creación de un nuevo orden mundial. 

Durante esta guerra se desarrollaron eventos con consecuencias devastadoras para la población civil tales como el genocidio contra los judíos en el Holocausto, los bombardeos masivos sobre ciudades enteras y el uso, por primera vez en un conflicto militar, de armas nucleares. 

Hoy, 80 años después de su fin, este conflicto bélico es recordado con aprensión, remordimiento y tristeza por los horrores pasados pero con la firme intención compartida por la mayor parte de la humanidad, al menos en teoría, de no permitir que se repitan la deshumanización y brutalidad que caracterizaron a los principales eventos de la Segunda Guerra Mundial.

 Uno de los episodios más crueles de la Segunda Guerra Mundial fue sin duda el sitio o asedio de Leningrado. Durante más de 2 años y 4 meses, la ciudad de Leningrado (actual San Petersburgo) fue sitiada por el ejército alemán con ayuda del ejército finlandés, bloqueando todos los accesos a la ciudad de tal forma que la población quedó encerrada sin poder salir y los alimentos, combustible, agua y demás suministros no tenían forma de ingresar al territorio. El cerco a la ciudad de Leningrado duró casi 900 días y fue el asedio más duro de la Segunda Guerra Mundial con respecto a la población civil. Más de 4 millones de personas quedaron atrapadas durante ese periodo y se estima que alrededor de 1,200,000 personas murieron de hambre y de frío.  

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