Por Cynthia Dávalos
Mientras en Bruselas se afinan marcos regulatorios y en París se discuten hojas de ruta para 2050, fuera del foco europeo hay países que ya están caminando y rápido hacia una transformación energética real.
No lo hacen desde la retórica climática, sino desde la urgencia. Y lo están logrando sin los reflectores.
Vietnam, por ejemplo, multiplicó por 25 su capacidad solar en apenas cinco años. Pasó de 134 megavatios en 2018 a alrededor de 21 gigavatios en 2023, con estimaciones que apuntan a los 24 gigavatios en 2024, según proyecciones de IRENA. Un crecimiento tan explosivo que obligó al gobierno a pausar nuevos proyectos para evitar saturar la red eléctrica, un reto que no opaca su liderazgo en el sudeste asiático.
Esta revolución no fue impulsada por promesas verdes, sino por una lógica económica: la energía solar se volvió más barata que el carbón. Pese a su dependencia parcial de este combustible, en un país donde la demanda crece sin tregua, la ecuación es simple. Según el Institute for Energy Economics and Financial Analysis (IEEFA), solo en 2022, la energía solar evitó importaciones de combustibles fósiles por más de 1,700 millones de dólares.
Marruecos, con un PIB per cápita seis veces menor al de Francia, no esperó a Europa: lanzó uno de los proyectos solares más ambiciosos del planeta. El complejo Noor, en Ouarzazate, es hoy una joya tecnológica: 580 megavatios de energía solar concentrada con capacidad de almacenamiento térmico que permite generar electricidad aún después del atardecer. La Agencia Marroquí para la Energía Sostenible (MASEN) proyecta que para 2030, el 52% de su capacidad eléctrica instalada provenga de fuentes renovables, un objetivo que refuerza con nuevos proyectos solares y eólicos. Aunque depende en parte de financiación internacional, África, desde el desierto, está enseñando que transición también puede significar autonomía.
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