La caja tonta

Escribo esta columna con un cierto ardor de ojos y con la sensación de que perdimos el día y no hicimos nada de nada.

La caja tonta
Diana J. Torres
Por Diana J. Torres

Estoy en Madrid. Mi madre tuvo un accidente cerebral en enero y aunque se anda recuperando favorablemente de las diversas secuelas que le quedaron, vine a verla porque me espanté bien cabrón. Qué cosa más fea el sentimiento de perder a la madre, cuando recuerdo el día en que le sucedió (que tuvo a bien que fuera el mismo de mi cumpleaños) aún se me comprime el estómago y siento horrible en el pecho. Ahora ya pasado el susto me lancé nomás a comprobar con mis propios ojos  que efectivamente sigo teniendo una madre.

El caso, y a lo que voy, es que debido a que su mano izquierda aún anda medio atontada y sus piernas van poquito a poco despertando, las actividades habituales de su día a día se han visto modificadas y significativamente reducidas, y “ver tele” se ha transformado en algo con más protagonismo del que haya tenido en ningún otro momento de su vida. De hecho, cuando yo era pequeña y debido a que tanto mamá como papá estaban convencidos de que el exceso de televisión les freía el cerebro a lxs niñxs, apenas la veíamos, solo se prendía a horas muy puntuales como el noticiero, el tenis, el fútbol y algún que otro programa infantil. Me sorprendía muchísimo, cuando me quedaba en casa de amiguitxs, el hecho de que la TV en sus casas estuviese todo el bendito día prendida, intoxicando por turnos a todos los miembros de la familia.