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Por Farah Ayanegui

Muchas personas solemos etiquetarnos como “flojas”, “sensibles” o “inestables”, cuando en realidad estamos profundamente conectadas con los ritmos naturales que nos rodean. El clima no es solo un fenómeno físico: también puede ser un espejo emocional que refleja nuestro estado interno.

¿Qué pasaría si un día nublado o lluvioso fuera motivo de pausa y autocuidado, en lugar de culpa o presión para ser “productivas”? En lo personal, reconozco que mi ánimo suele fluctuar en sintonía con el entorno, y eso me ha permitido honrar nuestro ciclo natural como seres humanos.

Abrirnos espacio para validar esas sensaciones y dejar de resistir lo que el cuerpo y la mente nos piden no siempre es fácil. Pero la conexión con el clima también puede ser una invitación a reconectar con nosotros, sin juzgarnos ni exigirnos.

Desde niña sentía que los días soleados me regalaban energía y estaba feliz. Bastaba con poner el rostro al sol para llenarme de energía. Podía jugar, correr y nadar durante horas sin agotarme.

Pero no fue sino hasta la adolescencia cuando empecé a notar que los días lluviosos me hacían sentir distinta: más nostálgica, a veces melancólica, con pocas ganas de activarme. Solo quería envolverme en una manta, tomar algo caliente y abrazarme.

No era algo que me ocurriera siempre, pero sí con frecuencia. Notaba que, en esos días, el clima nublado se reflejaba en mí como una especie de “nube interna”: baja energía en el cuerpo, necesidad emocional de cercanía, y una mente más reflexiva de lo habitual, como si me tomara el día para hacerme preguntas profundas sobre mi vida. Como esas noches de insomnio que parecen durar todo el día.

Con el tiempo fui reconociendo que esto no me pasaba solo a mí. Aunque no era un tema que se hablara en voz alta, empecé a notar señales en otras mujeres: cambios de humor, silencios largos, miradas al cielo. Por eso empecé a tener un diálogo no solo interno sino con mi cuerpo, a preguntarme qué me estaba queriendo mostrar esa energía que cambiaba con el clima.

Hoy sé que esto tiene sustento más allá de lo intuitivo.

Estudios de la Universidad de Harvard confirman que nuestro cuerpo tiene un reloj biológico, el cual se sincroniza con la luz natural y las estaciones. Por ejemplo, la melatonina —hormona reguladora del sueño— varía según la exposición solar, lo que influye directamente en nuestro estado de ánimo y nivel de energía.

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