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Por Fátima Masse

Martín tiene 12 años y desde hace unos meses pasa cada vez más tiempo frente al celular. Al principio parecía algo inofensivo: risas frente a videos y chats con sus compañeros. Sin embargo, poco a poco, esos ratos se transformaron en silencios más largos, en noches de insomnio y en una mirada que se apaga cada vez que entra al salón de clases. Sus maestras lo notan, pero creen que es “típico de la edad”. Lo que nadie ve es que Martín ha sido víctima de burlas constantes en redes sociales y que no encuentra con quién hablar de lo que siente.

La historia de Martín es inventada, pero refleja una realidad creciente: niñas, niños y adolescentes que sufren de ansiedad, depresión y otras patologías mentales, quienes no se diagnostican a tiempo ni tienen acompañamiento a pesar de pasar 35-40 horas a la semana en la escuela.  

No es exageración. Una de cada tres personas encuestadas alrededor del mundo coincide en que los problemas mentales son el principal reto que aqueja a la población más joven, de acuerdo con el monitor de educación que acaba de publicar IPSOS.

En México, aunque la desigualdad y la mala calidad educativa siguen pesando más en las preocupaciones sociales, la encuesta revela que la ciudadanía percibe que los problemas mentales en la infancia y la adolescencia son hoy más graves que los físicos.

¿Qué hacer ante esta situación?

Una de las respuestas más extendidas en el debate global ha sido limitar el acceso a redes sociales. De hecho, siete de cada 10 personas encuestadas afirman que estas plataformas deberían estar prohibidas antes de los 14 años, y en México el apoyo sube a casi ocho de cada 10. Llama la atención que la proporción sea todavía mayor entre quienes son madres y padres de hijas e hijos en edad escolar.

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