Por Marilú Acosta
En esta columna: Marilú Acosta traza un paralelismo mordaz entre la inteligencia artificial y la política mexicana. A partir del experimento filosófico de La Habitación China, donde una máquina imita sin comprender, la autora plantea que algo similar ocurre en Palacio Nacional…
El ser humano se ha fascinado con su propia inteligencia desde que se dio cuenta que tenía una. Convertirse en pequeño dios, al crear con sus manos un ser inteligente, ha seducido desde dioses mitológicos, ingenieros, filósofos, matemáticos, inventores, intelectuales, literatos, relojeros, hasta carpinteros. La Biblia explica: […] formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente, (Génesis 2:7). En hebreo Adam, (אדם) es hombre (tanto humano, como varón) y Adamah (אדמה) tierra. A la tierra y a los hombres (varones) sólo los diferencia el aliento, mientras que la mujer trae en su biología el misterio de la vida.
Hoy, agentes de inteligencia artificial inundan el mundo. Los humanos han convertido (¿confundido?) a los grandes modelos de lenguaje (LLM) en amigos íntimos e inexistentes. Aunque el término de inteligencia artificial fue acuñado hasta 1956, la reflexión sobre si una máquina es o no capaz de ser inteligente lleva siglos. Alan Turing, en sus ensayos de 1941, se pregunta: ¿se puede imitar la humanidad?
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