Por Flor Aydeé Rodríguez Campos*
El deporte suele mostrarse como un espacio de disciplina, resiliencia y éxito colectivo. Pero para muchos y muchas atletas, esa narrativa esconde una realidad dolorosa: detrás de cada medalla y cada entrenamiento, existe un terreno fértil en dónde la discriminación y el abuso de poder se disfrazan de discplina. Tal es el caso de Teresa Ixchel Alonso García, ex seleccionada de nado artístico cuya experiencia de maltrato, acoso y abandono institucional no solo marcó su carrera deportiva, sino que la transformó en activista y dio origen al movimiento “Ni Un Atleta Más”.
No es ningún secreto que levantar la voz frente a las violencias tiene un costo alto para las víctimas y Teresa no fue la excepción, tras hacer pública su denuncia en 2020 enfrentó nuevas violencias como la revictimización, la violencia institucional y hasta digital, además de ser vetada de la Selección Nacional y perder sus becas y apoyos. Levantar la voz entonces, se vuelve fuente de estrés, amenaza, aislamiento social, presión de compañeros y autoridades lo que en pocas palabras se traduce en la exposición social y mediática en dónde la víctima enfrenta no sólo a la persona agresora sino a un sistema de impunidad arriesgando su reputación y estabilidad emocional.
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