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Por Frida Mendoza

Hace poco más de once años, cuando 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa desaparecieron y la ola de rabia e indignación en las manifestaciones era palpable, recuerdo haber pensado que ese momento era el punto sin retorno para que el horror de la desaparición en nuestro país se detuviera. Pero lamentablemente estaba equivocada, qué ingenuidad veinteañera. A la distancia, el horror conocido no solo ha seguido sino que han sucedido hechos que se superan una y otra vez. Y Teuchitlán fue la muestra.

Actualmente, a seis meses del hallazgo del Rancho Izaguirre localizado en el municipio jalisciense, me parece abrumadoramente doloroso lo mucho que se ha apagado la indignación en torno al caso pero al mismo tiempo comprendo cómo las tragedias, las crisis no cesan.

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