Por Georgina de la Fuente
Norma Piña es uno de los personajes públicos más violentados en los últimos años. Desde el púlpito presidencial y hasta la plaza pública, la primera presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sido blanco de múltiples formas de violencia que no han sido señaladas o condenadas lo suficiente. Desde aquel 5 de febrero en Querétaro, en que no se puso de pie para reconocer al Ejecutivo Federal, Piña se convirtió en el enemigo público número uno y blanco de una campaña que buscó concentrar la frustración presidencial por decisiones colegiadas en una sola persona.
Tras diversos reveses a los planes del oficialismo en el pleno del máximo tribunal, no se ofrecieron argumentos, ni se contrapuntearon posturas. Se construyó una narrativa oficial que apuntó a la ministra Piña como el principal obstáculo de la transformación. Se le señaló desde la tribuna más alta del poder como la defensora de los privilegios, la representante de los intereses de las élites y la responsable única de la exoneración de los criminales.
Lamentablemente, afines, neutrales y opositores cayeron en la inercia discursiva de uno u otro modo. En el caso más extremo, asistentes a un evento por el 85 aniversario de la expropiación petrolera en el Zócalo exhibieron y quemaron una figura de la ministra presidenta, luego del discurso de López Obrador. Si bien el exmandatario manifestó su desacuerdo con estas acciones, buscó relativizar el hecho señalando que también han quemado figuras suyas. Pero este caso no fue aislado. Otros episodios de violencia simbólica incluyen el despliegue de armas de utilería en la entrada de la Corte, al coro de calificativos como “narcoministra”; así como la difusión de una imagen de una bala en redes sociales con la leyenda “solución” al problema que le representaba una de sus integrantes a la llamada Cuarta Transformación.
En el otro extremo, no faltaron quienes, al expresar su desacuerdo con la reforma judicial, matizaron estas posturas expresando su desacuerdo con el estilo de liderazgo de Norma Piña, por ser incompatible con los tiempos políticos. Existieron otros que optaron por culparla de manera directa y personal por la destrucción de todo un poder del Estado y no a quienes la impulsaron y aprobaron en sede legislativa. Tampoco faltaron los ataques misóginos que buscaron invisibilizar sus méritos y trayectoria, como aquellos de Arturo Zaldívar, que señaló en una entrevista que, sin él, no hubiera sido ministra; o del propio López Obrador, que señaló en una de sus conferencias que ella ocupaba el cargo gracias a él, pues antes el presidente ponía y quitaba a su antojo a los presidentes de la Corte.
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