Ignorancia vs. arrogancia

Hay que ser muy ruin para hacer chistes sobre ciertos asuntos, aunque nos parezcan comunes.

Ignorancia vs. arrogancia

Por Mónica Hernández Mosiño

Pareciera el título de una película de Marvel… pero desgraciadamente no lo es. Es una desgracia muy desafortunada. La escena: una profesora decide hacer un “chiste” antisemita, ofensivo y muy agresivo delante de sus alumnos. Ante la increpación de UNA sola alumna, la docente se torna agresiva y pasa al ataque, y descalifica de “exagerada” a la alumna, que decide salirse de la sesión virtual de clase. El resto de alumnos, incómodos, no hacen nada. Es un reflejo exacto de la sociedad actual: quien detenta el “poder” abusa de su posición, una sola persona se rebela y el resto mira.

Las reacciones no se hicieron esperar: ataques a la escuela, a la persona que detenta el ejemplo, la responsabilidad y la imagen de la institución; a los alumnos que decidieron abstenerse, seguramente por temor a represalias. El dicho que reza “solo falta que los buenos no hagan nada para que el mal triunfe” resulta acertado.

Que yo sepa, no tengo sangre judía en las venas (aunque, si vieran el apéndice nasal de mi querido padre me darían el pasaporte de inmediato), pero tengo sangre humana. Y esa sangre trepó por los escalones de la incredulidad (pésimo “chiste”), el dolor, la vergüenza y finalmente la rabia. Puedo entender la ignorancia de la gente, incluso la estupidez, porque yo misma hago estupideces a cada rato. Soy humana. No puedo entender y menos tolerar (sí, soy intolerante) la arrogancia, la mala leche de defender algo indefendible como lo hizo la profesora, atacando a quien llevaba si no la razón, por lo menos el sentido común. Tal vez la profesora esté capacitada en su área (Derecho de la Hospitalidad), pero no está capacitada en empatía, en sentido común y menos en tantita humanidad. Hay que ser muy ruin para hacer chistes sobre ciertos asuntos, aunque nos parezcan comunes.

Los judíos, dice mi amiga judía, están acostumbrados al antisemitismo. Las mujeres estamos acostumbradas a que nos insulten por partida doble: cuando opinan sobre nuestra apariencia y cuando nos quejamos, porque no sabemos apreciar un piropo (encima, se agrede nuestra inteligencia). Los indígenas de este país están acostumbrados al racismo y se hacen la piel gruesa. Los niños que usan lentes están acostumbrados a que les digan “cuatro ojos” y los que tienen pecas a que les digan cosas tipo “huevo de pípila” (esta última es anécdota personal). Que sea aceptado no significa que sea normal. No lo es. Y es nuestra obligación evitar que la descalificación del “otro” sea la normalidad. El insulto y la degradación de nuestros semejantes no nos eleva por encima del resto. Al contrario: nos delata, nos deja en evidencia y nos empequeñece como sociedad.

Aprecio el esfuerzo del maestro Alonso Guerrero, rector y director del Centro de Estudios Superiores de San Ángel (CESSA), de tomar las medidas pertinentes, incluyendo la disculpa y lo que considere adecuado para la profesora, que llevará una bonita carta de recomendación a su siguiente entrevista de trabajo.

Me falta la disculpa pública de la profesora; dado que hizo pública su ignorancia y su arrogancia, es lo mínimo que debe ofrecer, una disculpa igual de pública y masiva. Aunque ello no la exime de asumir las consecuencias de sus acciones. Un curso práctico y acelerado de madurez.


Mónica Hernández Mosiño es autora de Las perlas malditas del almirante, 2020, Editorial Planeta. Administración de Empresas por el ITAM y maestra en Comercio Internacional por ESADE Business School.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


Más de 100 opiniones a través de 80 columnistas te esperan por menos de un libro al mes. Suscríbete y sé parte de Opinión 51.