¿Comunicación circular?

Aquí no hay nada de comunicación circular, como dijera nuestro señor presidente, o bueno, más bien sí, a la manera en que él la interpreta.

¿Comunicación circular?
Rocío Correa
Por Rocío Correa
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Milán

Sentada en un escritorio minimal, minimal, la guardia cierra y abre la puerta cuando alguien debe pasar por el pasillo. No se sabe quién, pues en la sala de espera nos encontramos los que estamos (tres) para trámites que llevan todo el día, y digo “todo”.

Eso sí, es bonito venir por aquí, a sólo dos pasos del Duomo de Milán. En medio de calles bellas, la alta moda se deja ver y sentir;  Milán es Milán y se ve, se percibe aún más con todos los trabajos en curso que se aprecian por las calles traficadas de camiones, que suben y bajan accesorios de todo tipo para una casa, una oficina, un restaurante, un hotel o cualquier espacio que necesite ser vestido. Todos están en preparativos para la “Milano Design Week”, que será del 17 al 23 de abril.

Mi experiencia es menos bonita. Un acto burocrático que me trajo al consulado mexicano que se encuentra en un edificio histórico de pisos de madera espina de pescado, techos recubiertos de tabloides pintados a mano, grandes ventanales con vista a Corso Giacomo Mateotti, desde donde se alcanza a ver la Juve store, negocio monomarca del equipo de futbol de Turín que no hace mucho sentido en esta ciudad, que tiene a los míticos equipos el Inter y el Milan.

Para este trámite, mi marido y yo llegamos aquí puntuales a la cita de las 9 de la mañana y, más allá del extraño personaje de pocas palabras que abre y cierra las puertas, parecía que todo iba bien. Empezamos con la revisión del documento que previamente se envió vía correo electrónico; de otra manera no hay cita y ni pensar en solicitar información personalmente en el consulado.

A las 11:47 no había vuelto a sonar el timbre desde que llegamos; nos volvieron a cerrar la puerta, no se sabe quién tocó. Sólo voces de un hombre y una mujer que se saludaban obviamente en español.

En fin, nuevamente, decía: ya revisados los documentos y firmados por aceptación se los llevan a firmar a la cónsul. Cuarenta minutos después regresa Pamela, la chica colombiana…, sí, colombiana, que me ha dado atención desde mi primer mail hace una semana. En este punto mi marido le pregunta si tenemos que seguir esperando y obtenemos una respuesta seca: “Sí, como está indicado en el mail”, media vuelta y se va. Aquí no hay nada de comunicación circular, como dijera nuestro señor presidente, o bueno, más bien sí, a la manera en que él la interpreta.

En realidad, consultando el mail del consulado sobre los tiempos sólo dice: “Hacemos de su conocimiento que el poder se elabora y se entrega el mismo día de la cita”, y de pronto eso me hace pensar que si el horario del consulado es de 9:00 a 13:00 me pueden tranquilamente tener sentada aquí hasta el cierre, lo que me parece absurdo.

El documento para el que ya entregué toda información requerida ya sé revisó y firmó, falta protocolizar por parte de la cónsul, María de Los Ángeles Arreola Aguirre.

A las 11:50, Pamela regresa a pedir unas firmas a mis compañeros de burocracia de al lado. Los pobres habían dejado su perro en el hotel y les urgía regresar al menos por uno de ellos para sacarlo a dar una vuelta, así que preguntaron si se podía salir. En ese momento sí, ya era posible, menos para los interesados, así que Stefano aprovechó la ocasión, mínimo un café y no sé cuántas llamadas de trabajo perdidas por regresar.

Para las 12:02 del día –considerando que salimos de casa a las 6 de la mañana sin desayunar para tomar el tren de las 6:26– es la hora en que ni siquiera nos ofrecen un vaso con agua. Peor que con el gallo de la pasión. No se puede salir de esta estancia y la chica del escritorio es un gendarme que hace sentir con fuerza que está ahí para controlar.

Son las 12:17. ¡Lo logramos! Entra Pamela con mis documentos y los de mi vecino, misión cumplida.

La verdad es que salí con la tripa pegada a la espalda y estaba en la ciudad de la cotoletta alla milanese, la hora del desayuno había pasado, cerca estaba la hora del pranzo, así que caminamos lentamente a un lugar ya conocido por la especialidad; nos sentamos y a las 13:00 ya tenía frente a mí una suculenta milanesa oreja de elefante que a través de la vista y el olfato me hizo regresar con la memoria a los años en que me la preparaba “Gelis”, mi finada abuela adorada.

Un encuentro fortuito cerró mi peregrinaje del día y no podía no robarle una imagen: Ferruccio de Bortoli, dos veces director del periódico Il Corriere della Sera, además del Sole 24 Ore. Nada pasa por casualidad.

A presto Milano!


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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