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Por Yuriria Rodríguez Castro

Mientras se escriben estas líneas, los ataques terroristas en Sinaloa continúan, y la población intenta agazaparse como puede en los pasillos del aeropuerto internacional de Culiacán donde hubo ataques directos a aviones comerciales, entre las calles los negocios humean quemados tras los impactos explosivos, las aeronaves y drones van a la caza de la Guardia Nacional. Y es que en México el terror del narcotráfico es presente continuo, por eso no se puede escribir de la violencia en tiempo pasado.

A diferencia de aquel primer intento, lo que nos demuestra la recaptura de Ovidio Guzmán López es que además de que esta vez sus influencias no tuvieron respuesta al otro lado del teléfono, el operativo quedó opacado por el caos de un narcotráfico que ya es mucho más que “organizaciones criminales”, mucho más que células del crimen, incluso mucho más que terrorismo, el crimen organizado en México se ha convertido casi en un sistema de costumbres y en un aparato institucional: por si quedaba duda, toda esta violencia sí es contra la población que no puede salir, sí es contra la población porque hay autos de particulares incendiados, sí es contra la población porque hay civiles heridos, ciudadanos escondidos de las balas, ambulancias robadas, centros comerciales saqueados y destruidos. Sí es contra la población porque las fronteras dentro del propio México se han cerrado, porque es la ciudadanía la que pierde más en todo esto. Allá, muy lejos de su pueblo, el hombre taciturno de Palacio Nacional se queda con su premio de consolación que anunció el canciller Marcelo Ebrard como logro diplomático: la confirmación de que en su visita a México, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, arribará al aeropuerto Felipe Ángeles.

En territorio mexicano se percibe un país disminuido, acorralado, acosado por el crimen, y dominado por quienes detentan el terror, ante un Estado que ya no pudo sostener más su estrategia de dar abrazos y no balazos. Ahora, el reto consistirá en “normalizar” la situación lo más posible para hacer posible el día a día. Al tiempo que hay dos hombres taciturnos en los países vecinos de México y Estados Unidos: el presidente Andrés Manuel López Obrador y el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera. Los dos, tan decepcionados, buscarán más culpables ante su propia responsabilidad.

Así comienza el año para México, con una realidad del terrorismo perpetrado por el narcotráfico en respuesta a la detención de Ovidio Guzmán López, resistiendo a una jornada el grupo criminal de Sinaloa que recorrió todo el repertorio de delitos que conforman el fenómeno terrorista.

El operativo anterior no sirvió demasiado ni como ensayo, pues algo de intuición, experiencia y disciplina fue lo que permitió a las Fuerzas Armadas lograr esta captura, pero evitar el caos y el terror es imposible una vez que la violencia ya es potencial y solo requiere una orden para insuflarse.

Pero después del caos no vendrá la calma y lo que se aproxima es la incertidumbre: ¿extradición inmediata de Ovidio Guzmán?, ¿captura de Ismael “El Mayo” Zambada?, ¿nuevos ataques cada vez más y más claramente terroristas, más directos a la población? ¿Los de Jalisco Nueva Generación se unirán a la cadena de reacción en extrema violencia?

Lo que ya ocurre es el cambio de estrategia forzada para enfrentar a golpes de operativos en la cara opuesta de la moneda, sin nada quirúrgico, sin importar siquiera la planeación, basándose en el cuerpo a cuerpo, palmo a palmo, disparo a disparo, improvisando más y auxiliándose de la enorme disciplina de cada uno de los elementos de seguridad. Fuerza sola sin Estado ni ley, aunque se pongan estoicos en Sinaloa diciendo que volverán a trabajar en las oficinas de gobierno: ¡que la burocracia haga el sacrificio como pueda!

Ante la catástrofe, el gobierno de López Obrador que no quería colaborar en seguridad con la región norte de América, terminó obedeciendo más que nunca, sin entender muy bien lo que significa la crisis del fentanilo a nivel global y el papel del narcotráfico mexicano en esta pandemia de adictos: el presidente iniciará una mañana en la que podría acusar a la “mafia en el poder”, incluso equivocarse al nombrar a Ovidio Guzmán, o cualquier otra respuesta distante.

Nada va a cambiar: el hijo de Joaquín Guzmán Loera puede entrar y salir del penal de alta seguridad del Altiplano, incluso se lo pueden llevar a la cárcel de Colorado con su padre, y en México, seguirán los ataques terroristas del narcotráfico suavizados en los discursos políticos, mientras los traficantes de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, seguirán fabricando pastillas de fentanilo con apariencia de ansiolítico, como si hicieran piratería química para vender muerte oculta en algo tan mínimo, tan de bolsillo.

@yuririaunam

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