Document
Por Jimena de Gortari Ludlow

Cada 15 de mayo, en México se celebra el Día del Maestro. Y aunque la docencia es una vocación que se ejerce los 365 días del año, esta fecha invita a la reflexión pública sobre lo que significa enseñar, acompañar, formar. En mi caso, desde el aula universitaria, la pregunta se vuelve aún más compleja: ¿Qué implica ser maestra de Arquitectura en un país como el nuestro, atravesado por la desigualdad, la violencia, el cambio climático, pero también por una juventud llena de imaginación y deseo de transformación?

Ser maestra de Arquitectura no es únicamente transmitir conocimientos técnicos, históricos o proyectuales. Es, sobre todo, ayudar a que otras personas aprendan a ver el mundo con otros ojos: más atentos, más críticos, más sensibles. Es invitarles a escuchar los territorios, a leer los conflictos, a diseñar con conciencia y no desde la comodidad . Porque la arquitectura está en la vida, está en los cuerpos, en las memorias y en las luchas de las comunidades.

En un país donde millones habitan viviendas precarias, donde los megaproyectos desplazan pueblos enteros, donde las ciudades crecen ignorando al bienestar colectivo y el sentido de comunidad, la formación de arquitectos y arquitectas no puede seguir operando desde la simulación. Enseñar arquitectura en México exige conectar el aula con la calle, el taller con el barrio, el croquis con la realidad. Significa enseñar que diseñar no es imponer una forma, sino construir una escucha. Que un plano no comienza en la hoja en blanco, sino en la caminata, el diálogo y el respeto.

Por eso, ser docente en este campo implica una responsabilidad doble: hacia el conocimiento y hacia la sociedad. No basta con estar actualizada en softwares, metodologías o teorías. Hay que estar atenta a los temas que hoy atraviesan la arquitectura en el mundo: justicia climática, accesibilidad, inteligencia artificial, feminismo, derecho a la ciudad. La arquitectura ya no puede seguir siendo un oficio centrado en el ego de quienes la ejercen, sino un acto colectivo, ético, situado. Un proceso que involucra saberes diversos, técnicos y afectivos, ancestrales y tecnológicos.

La Bienal de Arquitectura de Venecia, que este año gira en torno al lema "Inteligencia Artificial, Comunidades y Clima", no podría llegar en mejor momento. Nos obliga a replantear el rol de la disciplina en una era marcada por la automatización y la emergencia ecológica. ¿Qué implica proyectar en un mundo donde los algoritmos ya pueden generar edificios, pero no necesariamente resolver problemas humanos? ¿Cómo cultivar el sentido de comunidad en contextos urbanos donde el aislamiento y la privatización del espacio son la norma? ¿Qué puede ofrecer la arquitectura ante el colapso ambiental, más allá del greenwashing?

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA…

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.