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Por Lillian Briseño 

Cuando se inventó la máquina de vapor en el mundo y ésta empezó a sustituir a los trabajadores en las fábricas, muchos alzaron la voz sobre la amenaza que esto significaría para los obreros: despidos, desempleo y pobreza.

Sin embargo, y a pesar de toda la oposición que pudo —y puede— haber hacia la industrialización, a partir de la Revolución Industrial el desarrollo tecnológico ha ido en aumento en una carrera que parece no tener fin. Desde entonces, la humanidad ha sido generosa en la creación y desarrollo de miles de inventos que han modificado y facilitado, en mucho, la vida cotidiana: teléfono, cine, autos, internet, inteligencia artificial…

Como en todas las historias, algunos de estos inventos fueron recibidos con beneplácito mientras que otros generaron rechazo y, sobre todo, muchos temores. En el ámbito laboral, por ejemplo, los motores sustituyeron a los hombres y mujeres en sus empleos o los enajenaron para siempre como lo caricaturizó Charles Chaplin en su película Tiempos Modernos ¿Quién querría ser sustituido por una máquina?

Y así como las primeras máquinas amenazaron el trabajo de los obreros, otras se convirtieron en un motivo de temor constante, no solo porque desplazaban la fuerza humana, sino porque, se creía, podrían afectar la salud o incluso matar a las personas. Ese fue el caso de la electricidad, que a la par que proveía luz, energía y seguridad, llevaba consigo peligros en potencia: quemaduras, calcinamientos, incendios, mutilaciones.

En fin, que, así como podemos hablar de las bondades de la tecnología, su desarrollo ha implicado desde siempre una resistencia hacia las posibles amenazas que conlleva. Para no ir más lejos, estoy segura de que todas hemos escuchado de los peligros del uso del horno de microondas, de los teléfonos celulares y ni hablar de lo que nos ocasionará ahora la inteligencia artificial.

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