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Por Lillian Briseño, Profesora de asignatura FFyL, UNAM.

Escribo hoy de algo que será, estoy segura, políticamente incorrecto, pero que ha ido en crescendo en los últimos años, hasta llegar a ser algo realmente vergonzoso y oprobioso desde mi punto de vista, y sé que en el de muchas personas más.  Me refiero a lo que ocurre desde hace años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, supongo que también en otras escuelas de la máxima casa de estudios, y que tiene que ver con la forma en la que los accesos exteriores e interiores han sido tomados por el comercio ambulante.

Esta situación se traduce en que, en el pasillo de entrada a la facultad, uno puede encontrar desde merenderos hasta algo que semeja corsés, pasando por artesanías, hamburguesas, empanadas, refrescos y todo tipo de productos que uno pueda imaginar, franqueando el ingreso principal a la escuela.  De sus columnas y paredes cuelgan anuncios y mantas, y los anafres y tanques de gas son parte del escenario, amén del peligro que implican.  Los pasillos internos y descansos de las escaleras no cantan mal las rancheras, y poco a poco han sido tomados también por los vendedores de tacos, tortas, galletas y dulces.

Así, la otrora Escuela de Altos Estudios, hoy FFyL, presenta un panorama muy lejano de lo que una institución educativa de nivel mundial, como pretende ser la UNAM, debiera reflejar, y se ha convertido en lo más parecido a un mercado, como puede apreciar cualquier visitante a sus instalaciones.

Es muy difícil escribir esto sin que pueda ser tachada de conservadora o reaccionaria, pero como parte de la comunidad de esa escuela desde hace décadas, ya como alumna, ya como profesora, y haciendo caso omiso de los adjetivos arriba esgrimidos, me siento obligada a exhibir y a exigir a las autoridades de la facultad y de la UNAM, que regresen la dignidad a la institución.  

Desde luego que no tengo nada contra los vendedores que buscan sobrevivir en este país donde cada día cuesta más trabajo hacerlo, ya por la seguridad o por el costo de la vida, pero al ser la cara de bienvenida de la Universidad, toda vez que la FFyL es la primera que uno encuentra en lo que podemos considerar su acceso principal por la avenida Insurgentes, es deprimente.  

La Universidad, así con mayúscula, que fundó Justo Sierra y de la que egresaron los tres premios Nobel que tiene México: Alfonso García Robles, Mario Molina y Octavio Paz, entre muchísimos otros mexicanos que han hecho grandes aportaciones en sus respectivas áreas profesionales, debe no sólo ser una institución ejemplar de nombre, sino también, en la imagen que presenta a la sociedad.  

Más aún, cuando Ciudad Universitaria está considerada, desde 2007, Patrimonio Mundial por la UNESCO, y en su página, se le describe así:

Edificado entre 1949 y 1952, el campus central de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) está integrado por un conjunto de edificios, instalaciones deportivas y espacios abiertos situado en la zona sur de la capital mexicana. El proyecto de su construcción fue ejecutado por más de 60 arquitectos, ingenieros y artistas. El resultado fue la creación de un conjunto monumental ejemplar del modernismo del siglo XX que integra el urbanismo, la arquitectura, la ingeniería, el paisajismo y las bellas artes, asociando todos estos elementos con referencias a las tradiciones locales, y en particular al pasado prehispánico de México. El conjunto encarna valores sociales y culturales de trascendencia universal y ha llegado a ser uno de los símbolos más importantes de la modernidad en América Latina.

Desafortunadamente, el ambulantaje, esa práctica que por diversos motivos se ha extendido por toda la Ciudad de México y el país, ha ido tomando también las instalaciones de la UNAM, mermando sin duda el “valor universal excepcional” que deben presentar y preservar los sitios designados patrimonio cultural de la humanidad.  

Entiendo que las necesidades son muchas y que los ambulantes de la UNAM, como todos los demás, se están ganando la vida, pero estoy convencida de que hay espacios que, per se, deben ser respetados y conservados inmaculados, pues son, como dice la UNESCO: “ el legado cultural que recibimos del pasado, que vivimos en el presente y que transmitiremos a las generaciones futuras.”

Así pues, no es un asunto para discutir si se debe o no dar libertad a todos para que se apropien de las plazas y de los espacios públicos, sino de cobrar conciencia de que también es importante salvaguardar aquellos sitios que tenemos la obligación de conservar para los que vienen, como una parte fundamental de nuestra historia y cultura.

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@LillianBriseno

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