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Por Linda Atach Zaga

Para Olga, mi madre. A mis chavos Vic, Rafael, Shelly y David con todo el amor. 

"Las madres son como pegamento. Incluso cuando no las ves, siguen sosteniendo a la familia"- Susan Gale

 La maternidad es marca y destino. También un antes y después, el tránsito de una vida poco demandante al compromiso perpetuo, pero más que nada, la extraña coexistencia de la ternura con la fuerza bruta, esa que se alimenta con el instinto de defensa que sólo una madre puede mostrar en el momento de proteger a los suyos.

Como piezas vitales en el rompecabezas de la naturaleza humana, las madres fungimos como la más clara garantía de su continuidad y, si bien no hacemos solas a los hijos, en muchos casos sí somos quienes imprimimos en ellos los rasgos que determinan su esencia, valores e incluso, su proceder en la vida. 

No es casualidad que los refranes populares insistan que la educación “se mama” y las madres seamos las primeras en atribuirnos los éxitos o asumir cierta responsabilidad ante cualquier fracaso de nuestra descendencia.

Así, para comprender mejor el lugar de las madres en el presente, es importante hurgar en los imaginarios colectivos y profundizar en las cosmovisiones que determinaron nuestro contexto. Digo esto porque el honor y los festejos que las madres, abuelas y bisabuelas recibimos cada 10 de mayo, no pueden atribuirse únicamente a la celebración acuñada en los Estados Unidos en 1914, gracias a que el presidente Woodrow Wilson escuchara la petición de Ane Jarvis y su propuesta de consagrar un día para agradecer y honrar a las madres, aunque años después ella misma se escandalizara por el consumismo que la celebración involucra.

La narrativa va mucho más atrás, pues la comprensión que hoy tenemos de la maternidad responde también a que, durante siglos, fuimos vistas y entendidas como símbolos de fertilidad, vientres productores de heredades, matriarcas capaces de guiar y alimentar a pueblos enteros y a las que siglos más tarde se trató de doblegar. 

Basta revisar la devoción prehistórica  hacia las diosas para entender lo trascendente del rol de las mujeres como dadoras de vida. Un ejemplo es la famosa estatuilla de la Venus de Willendorf (27,500-25,000 a.C.) o la mismísima huella de la Virgen María, inmaculada progenitora del redentor y por lo mismo, la madre más universal e influyente de todos los tiempos

De cara a esta historia tan llena de gloria, me pregunto: ¿En qué momento dejamos de ser las protagonistas de las grandes gestas para acabar sometidas por quienes niegan la importancia de nuestro rol? 

En México, el tema de la maternidad dista mucho de la reverencia y el respeto que nuestros antepasados le mostraban a la venerada Coatlicue, madre de Huitzilopochtli, cuya pétrea divinidad impone con su falda de serpientes y los collares de manos y corazones que enlazan su cuello y representan la vida, la muerte y la eternidad.

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