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Por Mariana Conde

Hace días pensaba en todo lo que uno podría lograr si tan solo se concentrara en su trabajo en lugar de dejarse llevar por distractores.

En una reciente columna publicada en este mismo medio, Sofía Guadarrama mencionaba cómo su mente con déficit de atención (diagnosticado) volaba tras cualquier cosa mientras ella intentaba completar alguna tarea. Y se me ocurrió –sin minimizar los retos de quienes tienen tal condición– que tal vez esta no es una característica exclusiva del TDAH. Al menos yo me identifico completamente con el sentarse a escribir y buscar el mínimo pretexto para hacer cualquier cosa menos eso: reviso mil veces mi WhatsApp, actualizo mi estado en Facebook, decido que es hora de tomar trapo y alcohol y limpiar todos los apagadores de casa que ya están percudidos; compro algo en línea que no sabía que necesitaba, diseño un calendario visual de tareas para mi hijo de preescolar con dibujitos incluidos, contribuyo con mi opinión a la conversación de vecinos… todo esto intercalado con incontables vueltas a la cocina.

Me pregunto si procrastinar es parte de la vida del escritor y cómo logran los más prolíficos acumular tal cantidad de obra. El consejo reiterado de los grandes escritores para quienes vienen detrás parecería obvio o simple: escribir. Es decir, el ejercicio diario de la profesión; sentarse ante el teclado o con pluma y papel cierto número de horas al día, sin levantarse hasta completar equis número de palabras o cuartillas. Por más que he buscado, no encuentro aún la fórmula para seguir esos sabios consejos. ¿Cómo me obligo a no levantarme hasta cumplir con el objetivo? Y es que…

¿En qué iba? Perdón, tuve que ir a checar cuántos plátanos quedan en el frutero.

Ah, sí. Procrastinar.

Como es pertinente hacer cualquier otra cosa que no sea lo que debería estar haciendo, decidí investigar un poco. Resulta que mi problema es algo así como una epidemia que no aqueja solamente a los escritores. Hay múltiples estudios psicológicos y hasta neurológicos sobre la procrastinación, sus razones y efectos. En el pasado hubo corrientes que afirmaban que el problema era uno de mal manejo del tiempo, pero nuevos datos apuntan más hacia un tema de estados de ánimo. “La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no de gestión del tiempo”, dice el profesor Tim Pychil del Grupo de Investigación sobre Procrastinación en la Universidad de Carleton en Ottawa, Canadá (sí, existe un grupo así).

En términos sencillos, evitamos una tarea que nos disgusta o que nos reta y nos hace sentir que no estaremos a la altura; por ejemplo, buscamos consuelo en una tarea fácil (como revisar cuántos plátanos quedan en el frutero) o gratificante (¿quién dijo Netflix?).

Vale la pena hacer aquí un paréntesis y reconocer que hay muchísima gente, en particular mujeres, que no tiene tiempo ni para procrastinar, ni la prerrogativa de elegir siquiera qué hacer o cuándo, porque la vida las ametralla con sus distintas responsabilidades diarias. En otra etapa de mi vida fui una de ellas hasta que decidí cambiar de carrera y descubrí que la libertad de trabajar por tu cuenta, si no sabes enfrentarla, puede convertirse en una trampa.

Tal vez por eso, lo más esclarecedor que descubrí en mi exhaustivísima exploración de escritorio fue la teoría de Tim Urban, quien afirma que hay dos tipos de procrastinador: a) El que deja todo para después, pero tiene una fecha límite que cumplir –sea la entrega de un proyecto, el examen final o el día de su boda– y que al final se pone las pilas y aunque no duerma en tres días, termina el trabajo; b) los que no tienen fechas límite y, al no tenerlas, caen en un círculo vicioso de posponer, sentirse mal y buscar alivio en algún tipo de gratificación instantánea, lo cual solo los aleja más del objetivo. En esta categoría caen –estrepitosamente– los procrastinadores que eligen dedicarse a emprender, a alguna actividad de autoempleo o al arte. Y a escribir. Plop.

Una parte de mí, al leer todas estas cosas, quiere escudarse en ellas y entregarse a la procrastinación como una forma de vida, con un "ni modo, así soy". Pero el costo es alto.

Como los adictos, quienes no atendemos este problema corremos el riesgo de pensar que esos malos hábitos no nos dañan: voy a mi ritmo; qué importa cómo lo haga, si al final entrego. Hay muchos genios que trabajan así. Pero en otros estudios se ha comprobado que, además de sufrir de altos grados de estrés y autocrítica, la calidad del trabajo de quien deja todo para el último, tenga o no fecha de entrega, también se ve afectada. Y no hablo solamente de la calidad de ese trabajo semestral o del informe contable de fin de mes; pensemos en consecuencias a largo plazo como no ahorrar para nuestro retiro, descuidar nuestra salud y nuestro cuerpo o gastar toda la quincena en parrandas en lugar de pensar en sacar una hipoteca.

¿Entonces qué hacer? ¿Tenemos remedio los procrastinadores?

Parece que sí, pero la solución es de aquellas que me dan ganas de patear para mañana, pasado mañana, el mes que entra, algún día: requiere trabajar en nosotros mismos.

Aquí van algunas estrategias:- Ver qué tareas nos intimidan y nos hacen querer posponerlas (como trabajar en nosotros mismos) para poder eliminar los pensamientos limitantes que estas nos causan, como: “no soy capaz,” “es demasiado difícil,” “lo debería hacer alguien más,” “falta mucho para la entrega.”

  • Eliminar o evitar tentaciones: borrar las redes sociales de nuestra computadora de trabajo o ese jueguito adictivo de nuestro celular; cancelar la suscripción a alguna plataforma que te esté robando demasiado tiempo. O si, como yo, trabajas en casa donde hay mil micro-pendientes domésticos con los cuales llenar tu día, sal a trabajar a un café.
  • Hacer pactos con uno mismo: si termino tres cuartillas, puedo hacer lo que quiera después. O, lo primero que haré al llegar a la oficina será tener esa conversación incómoda con mi jefe o colega y solo entonces me daré permiso de ir por mi delicioso café.
  • Dividir los objetivos en partes pequeñas: por cada actividad completada, me daré 5 minutos para revisar el correo.

No dejen de contarme cómo les va intentando estos ejercicios o si tienen otros mejores. Yo, ahora me doy cuenta de que estoy a punto de terminar mis tres cuartillas de hoy, así que, ahí se ven.

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