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Por Mariana Conde

Comparto cumpleaños con la Monumental. Aunque mi familia de ganaderos nunca logró convertirme a la afición por los toros, he pasado más de un onomástico en la Plaza para dar gusto a mis hermanos. Del festejo de la México nos íbamos al mío, en un lugar ahora sí, de mi elección.

Y es que, crecí yendo a la corrida. Viniendo de tal familia, de niña nunca me preocupó mucho la suerte del animal, no me lo cuestionaba; la faena era como era, parte de la vida y la verdad es que yo me interesaba más por las golosinas que una sucesión de venteros ofrecía apiladas en sus charolas y por ver a la gente a través del visor rojo, amarillo, verde o azul que me hacía con la envoltura celofán de mis cacahuates garapiñados. Mi caprichosa atención infantil no se fijaba en el encuentro sublime o espeluznante –según a quién preguntemos– que se jugaba al centro de la arena. 

Desde tiempos inmemorables las luchas cuerpo a cuerpo entre hombres y hombres, animal vs animal, o entre hombres y fieras han sido una forma de entretenimiento.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.