Por Marilú Acosta

Existe un sector en México en el cual sus estudiantes contribuyen al Producto Interno Bruto (PIB), con por lo menos el 1.92%, año con año. ¿No se supone que un estudiante debería dedicarse a adquirir conocimientos y habilidades, más no a generar ingresos? Efectivamente, esa es la función del estudiante: estudiar. ¿Será que crean patentes con sus proyectos académicos? ¡Nada más lejos! “Estudian” trabajando y por ser estudiantes, la Ley Federal del Trabajo (LFT) no los protege. Sus jornadas estudiantiles (laborales), no se detienen en las 180 horas mensuales en jornada mixta que topa la ley. Como alumnos, se les exige estudiar (trabajar) unas 333 horas mensuales, bajo la estructura (amenaza) de que sólo así se cumple con su educación (explotación laboral). Las becas, que algunas veces se llaman sueldos, muy espléndidamente cubren desde $4.20, hasta $37.54 pesos la hora.
Aunque el PIB tiene sus limitaciones, es un buen punto de partida para dimensionar el tamaño del problema. Decir 1.92% a lo mejor no les suena muy grande, pero estamos hablando de 30 mil seiscientos millones de dólares anuales, quizá esta cifra no diga tampoco nada, entonces recordemos que la construcción del aeropuerto de Texcoco iba a costar 13 mil millones de dólares, la refinería de Dos Bocas 8 mil millones de dólares, aunque después se duplicó su presupuesto. El trabajo estudiantil corresponde anualmente a 1 aeropuerto y 2 refinerías. Si comparamos el 1.92% con la producción de los estados de la República Mexicana, casi la mitad de ellos (15), producen -en lo individual- menos que estos estudiantes (INEGI, 2023). Para el 4º trimestre del 2024 (INEGI, 2025), los servicios de esparcimiento, culturales y deportivos aportaron 0.54% del PIB, mientras que el sector de energía eléctrica lo hizo con 1.34% y los servicios temporales de alojamiento y restaurantes con 2.39%; por mencionar algunos.
Esta práctica educativa (explotación laboral), está socialmente normalizada, aceptada y hasta aplaudida, pero sobre todo oculta detrás de palabras como vocación de servicio, entrenamiento y alumnado. Durante décadas, económica y políticamente les ha convenido a todos los sectores, tener a estos estudiantes sacando la chamba de una de las áreas más sensibles y esenciales para cualquier sociedad. Se han hecho de la vista gorda, para no aceptar que es una fuerza laboral que requiere reconocimiento, protección legal, sueldos dignos, prestaciones sociales y laborales. Esta falta de respeto, desvalorización de la dignidad y abuso social, laboral y educativo (porque ni siquiera se cumplen con los programas académicos), ha tenido un alto costo para el país. Detener el abuso, en este caso disfrazado de formación, requiere romper el silencio. Es hora de decirlo: los estudiantes de medicina están en un limbo abusivo. En ciertos años de su carrera ni estudian, ni se les reconoce su trabajo. Además están inmersos en un ambiente lleno de violencia verbal, emocional, psicológica, física y mental. ¿Qué clase de profesionistas (modernos esclavos laborales) se están preparando, cuando más del 15% ha tenido ideaciones suicidas y siguen estudiando con metodologías e información como si siguiéramos en el siglo XIX?
El primer nivel de atención en salud (el más importante) está a cargo de pasantes de medicina, principalmente en zonas vulnerables. Hospitales públicos y privados se benefician de esta mano de obra barata para sacar adelante su funcionamiento. Estos mismos estudiantes y profesionales de la salud a su vez son quienes están a cargo del aprendizaje de los alumnos en rangos menores y claro, en su mayoría, tampoco están pagados o reciben mínimas gratificaciones por enseñar. Esto es un estrechisimo cuello de botella por el que tiene que pasar cualquier iniciativa de reforma en salud, ya sea educativa, tecnológica, de atención, o la que sea. Nadie quiere soltar la explotación laboral. Ninguna actualización en pedagogía o conocimientos podrá concretarse ni a corto ni a mediano plazo, porque el interés del sistema (económico, político, social y sanitario) no es formar profesionales de la salud, ni es tener el mejor sistema sanitario; el interés es contar con prisioneros sometidos al yugo de una promesa educativa, para que trabajen hasta destruirse y convertirse a su vez en abusadores de las siguientes generaciones, de los pacientes y sus familiares, por becas paupérrimas. Este 23 de mayo, día del estudiante, ¿con qué cara les decimos felicidades?
Para que no se queden con el pendiente, les digo cómo llegué al 1.92% del PIB. En una tablita de excel puse el salario mínimo (el de la frontera norte), lo multipliqué por horas trabajadas mensuales (el número real, ese que es ilegal). Sumé el número de alumnos en internado y servicio social (inferido, porque no hay datos duros) más el número de residentes. Multipliqué el número de estudiantes por el costo mensual de su trabajo. Como un salario mínimo es para personas con preparatoria terminada, decidí darle a estos profesionistas por lo menos 3 salarios mínimos, un sueldo muy mediocre. Le añadí la prima vacacional, aguinaldo, infonavit, cuota patronal del IMSS, y SAR (sistema del ahorro para el retiro). Lo que sí ya no calculé es la prima dominical, esa se las dejó a ustedes añadirla. La cifra que obtuve, salió parecida al costo de un aeropuerto y el porcentaje del PIB -tomado del INEGI y su Sistema de Cuentas Nacionales de México del año 2023- lo saqué con una regla de 3.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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