El útero vacío

Mi útero vacío tiene su historia, sus fundamentos y cuenta con unos sólidos pilares que resisten los embates de la sociedad pro-reproductiva.

El útero vacío
Marilú Acosta
Por Marilú Acosta
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La vida se define, conceptos más conceptos menos, como una serie de estructuras moleculares que pueden desarrollarse y sostenerse dentro de un ambiente, que reconocen estímulos y responden a ellos, permitiendo la continuidad por medio de la reproducción. O de manera más simple: la vida es la cualidad de nacer, crecer, reproducirse y morir. Sí, la continuidad y evolución de la vida, como quiera que nos queramos imaginar la vida, se basa en la reproducción. No sólo se reproducen códigos genéticos, sino que también se reproducen patrones de comportamiento, conocimiento, preguntas, fobias, prejuicios, dogmas de fe, búsquedas de la libertad, entendimientos, etcétera; todo, absolutamente todo se reproduce. Dentro de esta reproducción la sociedad transfiere lo poco o lo mucho que lleva dentro a la siguiente generación. Esta misma sociedad tiene la convicción que su molde es perfecto (y sí lo es), sin embargo no comprende que también es perfectible. Entonces, cualquiera que se salga del molde pone en riesgo la perfección alcanzada, y también, todos aquellos que reproducen el molde, ponen en riesgo la perfectibilidad, el movimiento, el cambio y la evolución.

Yo provengo de varios moldes a través de los cuales transfirieron reglas, límites, expectativas y algoritmos. Esa tinta que quisieron imprimir en mi superficie no logró quedarse. El repelente siempre ha sido la lógica. Antes de reproducir lo que me corresponde me pregunto ¿para qué? ¿Por qué? ¿Aquí aplica? ¿Yo también? Y la gran mayoría de las veces termino por exclamar ¡pero no es lógico! Aunque hay veces que todo es tan sensato que se puede graficar, como por ejemplo el ciclo hormonal. Es lógica pura: hay hormonas producidas por el cerebro que estimulan a los ovarios (y a los testículos) para que produzcan hormonas, y mes con mes maduran óvulos que esperan ser fecundados por un espermatozoide que maduró en el camino. Mes con mes el cuerpo de una mujer, a partir de que menstrúa, está listo para reproducirse.

Quien diga que no se requiere de disciplina para no embarazarse, de un trabajo constante para sortear el cuestionamiento mensual de parte de toda la naturaleza endocrina, además de recibir miradas, silencios, preguntas directas o indirectas al respecto de la maternidad y la familia, es que seguramente ya se ha reproducido y se encuentra disfrutando del cansancio que significa la maternidad o la paternidad. Mi útero vacío tiene su historia, sus fundamentos y cuenta con unos sólidos pilares que resisten los embates de la sociedad pro-reproductiva. No es un olvido, ni desidia, ni miedo a la responsabilidad o una incapacidad para ser “normal”. Son horas de reflexión, no sólo de pensar en mí, sino también en esas personas que formarán parte de mi familia, de cuestionarme qué es lo que puedo brindar e incluso de calcular la huella de carbono que significa la reproducción en un mundo donde habemos ya 8 mil millones de personas y contando.

Quizá hubiera sido más sencillo escuchar la vida que corre por mis venas y que me dice con cada latido: ya naciste, ya creciste, y te vas a morir sin haberte reproducido, ¿quién te crees tú para desafiar la definición de la vida misma? Porque si bien mi decisión no cambia, constantemente vuelvo a reflexionar al respecto. Poco tiempo antes de morir platiqué con mi abuela al respecto de la familia. Para ella, la familia era la manifestación del amor, no sólo entre nosotros, sino del amor que Dios le tiene a su creación. Desde su perspectiva, la familia era el antídoto para la soledad y ella estaba preocupada por mi soledad. También me preguntó si le daba tiempo de conocer a un integrante de su familia que naciera de mí, la 4ª generación. Lo dijo casi como si me pidiera un tiempo estimado para valorar si continuaba con vida o no. Le expliqué que no era necesario que se detuviera por mí, le dije que, a pesar de llevar mi útero vacío y mi dedo sin anillo, mi vida había estado rodeada de amor y que la soledad no existe. Me miró, sopesando su muerte y viendo la vida desde mi perspectiva, sonrió y satisfecha me dijo: lo importante es el amor, sin importar el formato o el envase.

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@Marilu_Acosta

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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