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Por Edmée Pardo y Marilú Acosta

La mamá de Marilú no estuvo enferma ningún día y de pronto murió de un ataque al corazón, quince días antes de que mi mamá falleciera después de 11 años de caminar junto al cáncer. Nos hicimos huérfanas casi al mismo tiempo. Desde entonces hablamos de ellas como las princesas muertas que hace tres años migraron como mariposas. Nosotras, evidentemente, somos sus herederas: de la genética, del nombre de pila, las mañas, las recetas, de alguna ropa que cuando la vestimos inmediatamente identificamos su procedencia. Nos preguntamos si hubieran sido amigas, en caso de haberse conocido. Quisiéramos hacerles el regalo de nuestra amistad, pero la herencia va hacia abajo y nunca hacia arriba.

La mamá de Edmée llevaba varios días queriéndose morir, por eso la noche en que la mía lo hizo le escribí: “No es por presumir, pero mi mamá ya se murió.” Nuestras princesas muertas han sido grandes cómplices en la muerte. Las llamamos así, por el libro de Kenizé Mourad, De parte de la princesa muerta, porque como en el libro nuestras mamás tuvieron una nobleza única. Sin hermanos, imaginaba una orfandad silenciosa y solitaria, pero esta sincronicidad de la partida de madre, puso en mi balsa una compañera con la cual navegar la tormenta del duelo. 

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