Document
Por Mónica Hernández

Hay pocas cosas que me emocionen tanto como el recuerdo de mi primera computadora, una IBM que llegó a casa cuando yo tenía 11 o 12 años: era grande, de color blanco sucio y tenía pantalla y teclado, más el CPU. Una luz verde flasheaba en la pantalla que no era negra, pero casi. Un cursor. Pero había que aprender a usarla. Varios vecinitos compartíamos la emoción de aprender del papá de uno, que puso una tienda llamada BIT en Plaza Polanco, de donde salieron varias computadoras similares. Yo no entendía mucho, pero sí me acuerdo que para cuando ya me había aburrido de hacer "menús” de programación para un pastel o cambiar una llanta… no sabía apagarla. La desconecté. Como todo a los 12 años, fue divertido, pero no más de una hora.

Hace días me ocurrió algo similar. Pero no de emoción, sino de frustración por una terrible injusticia que amenaza cada vez a más personas en México y en el mundo: la tecnología. Me estoy refiriendo a poco más del 10% de la población mundial mayor de 65 años, que para el año 2050 será mayor al 16%. Si somos ocho mil millones de habitantes en este pobre planeta… hagamos cuentas. En México son ya el 12.8% o más de 17 millones de personas en este grupo de edad. Y creciendo. Y por crecer. 

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.