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Por Nelly Segura*

Este año, por primera vez en la historia, no será un hombre quien levante la voz. Claudia Sheinbaum, la primera presidenta de México, encarnará ese instante simbólico que marca la entrada oficial a las Fiestas Patrias. Y con ello, aunque sea apenas un gesto, se abre un nuevo capítulo en la memoria nacional: el de una mujer dando el grito de Independencia.

La imagen es poderosa. México, un país construido sobre las espaldas y la resistencia de tantas mujeres invisibles, escucha ahora a una presidenta llamar al pueblo a celebrar la libertad. En un país donde a lo largo de la historia las mujeres han sido relegadas al espacio privado, donde ni siquiera tenían derecho a votar hace apenas 70 años —el sufragio femenino se reconoció hasta 1953—, escuchar a una mujer pronunciar esas palabras frente a millones es un acto profundamente político.

Sin embargo, detrás de la fuerza simbólica se esconde una verdad incómoda: no todas hemos llegado al balcón del Palacio Nacional. Las mujeres representamos el 51.8% de la población (INEGI, 2023), somos mayoría en el padrón electoral y también somos ese 51% al que hace referencia Opinión 51: la mitad del país que sostiene hogares, trabajos y comunidades. Y aun así, seguimos enfrentando violencias que nos arrebatan la vida —10 mujeres son asesinadas en promedio cada día, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública—, desigualdades salariales que nos hacen ganar menos por el mismo trabajo, y una sobrecarga de cuidados no remunerados que limita nuestras posibilidades de decidir libremente.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.