Crónica de maltrato animal con el sello de la Federación Canófila

Cuando alguien busca un perro de una raza específica normalmente acude a las fuentes principales de crianza o de exposición de la misma.

Crónica de maltrato animal con el sello de la Federación Canófila
Pamela Sandoval

Crecí en una casa en la que abría la puerta y siempre me venían a recibir. Agitando la colita, con la lengua de fuera y dando saltos, mis perros siempre me han dado la bienvenida. Cualquier persona que tenga un perro lo confirmará, no hay que ser más leal e incondicional. Es por eso por lo que después de haber vivido algunos años de mi vida adulta sin uno, mi hoy esposo me regaló una tarjeta en la que venía escrito: Vale por un cachorro de perro y mi corazón saltó de alegría. ¡Qué felicidad! Iba por fin a tener otra vez un perrito para acompañarme y para completar nuestra familia. El mejor regalo de cumpleaños.

Como era el primer perro con el que iba a convivir de forma cotidiana mi novio y yo decidimos buscar uno de raza en lugar de adoptar. La gran mayoría de perros que yo he tenido en mi vida han sido callejeros y creo firmemente en la adopción. Hicimos una extensa búsqueda entre todas las razas de perro tomando en cuenta cosas como tamaño, carácter, inteligencia, qué tanto pelo tiran, qué tan sociales son, etcétera, y después de unos meses de ardua investigación determinamos que queríamos un cachorro de la raza border collie.

Cuando alguien busca un perro de una raza específica normalmente acude a las fuentes principales de crianza o de exposición de la misma. No hay organismo en México más alto o con mayor reconocimiento a nivel internacional que la Federación Canófila Mexicana (FCM), así es que tomando en cuenta las recomendaciones de miembros de mi familia (quienes incluso habían trabajado ahí algún verano) nos metimos a buscar algún criadero especializado en la raza border collie y que por supuesto contara con el respaldo y la recomendación de la Canófila. Así es que dimos con el criadero Delta Border Collies, que tenía una página de internet bien montada, estaba dentro de los criaderos seleccionados por la FCM para promover la raza y en principio no hubo nada que llamara nuestra atención. Procedí a contactarlo a través de un número de teléfono y por mensaje les expresé mi interés en adquirir un cachorro de la raza border collie. En cuestión de minutos me contestó una persona que después se identificó como María. Súper emocionada como estaba, le dije que nos daba igual si era hembra o macho, pero que más bien quería que ella me dijera cuáles eran los pasos que tenía que seguir para completar la adquisición de nuestro querido cachorro. Inmediatamente recibí una docena de fotografías de cachorros preciosos, de diferentes colores y captados en las posturas más adorables que te puedas imaginar. Obviamente nos derretimos y nos hicimos mil ilusiones pensando cuál de esos cachorros llegaría a nuestra casa. En ese momento no hubo nada extraño que llamara mi atención, ni la disponibilidad inmediata de los cachorros ni la variedad, nada…

María me comentó que ella trabaja en el criadero, pero que en sí el dueño era Raúl Anaya, que era a quien le debía hacer la transferencia del pago. Lo hicimos y ella nos dijo que nuestro cachorro llegaría a nuestro hogar en máximo una semana, ya que lo debían esterilizar antes de enviar. Me aseguró que nos la enviarían con su título de pedigrí, cartilla de vacunación, debidamente tatuada y con el chip que le colocan como parte del protocolo de registro ante la FCM. Nuevamente, mi falta de conocimiento sobre la adquisición de perros de raza me sorprendió, ya que la esterilización de cachorros no es normal ni es común, y más bien lo hacen para evitar que éstos se reproduzcan y tengan más problemas congénitos producto de la irresponsable crianza.

Del pago pasó una semana, semana y media y no teníamos noticias ni de María ni de Raúl ni de nadie. Obviamente, el tono de los mensajes y de nuestras comunicaciones empezó a cambiar. Tras mil excusas, llamadas sin contestar y varias mentiras, por fin logramos que enviaran a nuestra cachorrita Zazpi, que así le pusimos, a nuestro hogar. La enviarían por autobús desde Guadalajara a la Ciudad de México debidamente acomodada en un transportador para su tamaño y nos garantizaron que el viaje no sería para nada estresante para la perrita y que así entregaban a la mayor parte de sus cachorros y que todos llegan bien. No teníamos idea de lo que íbamos a recibir.

Zazpi llegó a casa. Cubierta de excremento, muy asustada y temblorosa la saqué de su transportadora. La limpiamos y le presentamos todas las cosas que le habíamos preparado para que cuando llegara se sintiera en casa: su camita, juguetes, platitos, todo. Desde que llegó tenía una herida en el vientre causada por la esterilización que le habían realizado con los puntos expuestos y claramente infectada. Tenía buen humor, pero no tenía energía, todo el tiempo estaba echada y no se movía mucho. Como alguien que ha tenido perros toda su vida, no fue difícil para mí detectar que algo no estaba bien con la perrita. Así que siguiendo mi intuición la llevé a la veterinaria el mismo día que llegó. Después de varios costosos estudios y visitas al médico recibimos una de las peores noticias que nos han dado: Zazpi tenía moquillo. El moquillo o distemper canino es una enfermedad viral que afecta el sistema respiratorio y nervioso de los perros, y que en el caso de los cachorros es mortal.

Decir que estábamos enojados sería quedarme muy, muy corta. Inmediatamente intenté contactar a María o Raúl, quienes primero negaron haber visto algún síntoma del virus en Zazpi y después, al ver la gravedad del asunto, ofrecieron una garantía de que en caso de que falleciera, enviarían otro. Así como si fuera un reemplazo de un electrodoméstico que no funcionó. Yo estaba furiosa, pero más que eso estaba preocupada. Reuní todas mis fuerzas para tratar de sacar adelante a Zazpi, pero, como no se puede contradecir a la ciencia, el moquillo la destrozó y nosotros no pudimos hacer nada para salvarla. Ni todos los estudios ni todos los tratamientos y visitas fueron suficientes.

No era la primera vez que se me moría un perro, pero sí fue la primera vez que tuve frente a mí un acto tan grotesco, tan bajo, tan ruin que me propuse que haría todo lo que estuviera en mis manos para que nadie tuviera que sentir el dolor que estaba sintiendo.

Presenté una queja ante la Procuraduría Federal del Consumidor, una denuncia por maltrato animal ante la Fiscalía Estatal del Estado de Jalisco; de igual forma, una queja ante la Dirección de Protección Animal del municipio de Zapopan. Interpusimos otro recurso ante la Dirección de Inspección y Vigilancia de Zapopan para verificar el estado en el que se encontraba el criadero.

Empecé a contactar a varios criaderos de border collies y a pedir referencias de Raúl Anaya, de Delta Border Collies, y de María de la O. Lo que me encontré superó por mucho mis expectativas. Había no una ni dos, sino decenas de historias como la mía de personas que habían crédulamente caído en las redes de este “criador” confiando en la reputación que el respaldo de la FCM le otorgaba. Cachorros con moquillo, parvovirus, con ataques epilépticos, con tumores, camadas enteras que habían nacido ciegas eran algunos de los resultados de la crianza irresponsable hecha por parte de Delta. ¿Cómo era posible que esta situación llevara tantos años sucediendo y que nadie hubiera hecho nada, que no se le hubiera puesto un alto a este transgresor de la vida animal? Y más aun, ¿cómo podía figurar dentro de los criaderos  recomendados por la Federación Canófila Mexicana?

Entre más ahondaba en las historias menos entendía. En cuanto se supo en el medio que yo estaba haciendo una investigación en contra de Delta empecé a recibir casi a diario testimonios en contra de Raúl Anaya, de su criadero o de sus empleados. Incluso, llegué a recibir testimonios anónimos de personas que decían haber colaborado con él y  confirmaban los malos manejos hacia los perros. Me entrevisté con muchas personas que por temor a represalias no habían presentado ningún tipo de acción en contra del criadero. “Raul Anaya es una persona muy violenta y de armas tomar”, me decían, “es por eso que mejor ya no hicimos nada”.

Dentro de mis denuncias y escritos incluí las historias de las personas que me permitieron darles voz y representarlas. Personas que todavía lloraban la memoria de sus borders que habían partido, muchos de cachorros y muchos otros después de dos o tres años de vidas tortuosas.

Una vez que dimensioné la escala de la situación contacté a la Federación Canófila para tener una cita con alguien que pudiera dar razón de esta situación. Después de varias llamadas y citas que se movían de mes logré reunirme con ellos.

En mi próxima columna les contaré cuál fue el desenlace de esta historia. Gracias por leerme, déjame en los comentarios si tu o alguien de tu familia ha estado cerca de algún caso de maltrato animal.

@lpamelasandoval

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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