Por Sandra Romandía
Hay silencios que matan más que el estruendo de un aparato encendido. Hoy ese silencio lo guardan tanto la empresa Philips como la autoridad sanitaria mexicana, mientras ventiladores respiratorios defectuosos, equipos cardiovasculares con fallas de software y bobinas de resonancia que pueden quemar a los pacientes siguen presentes en hospitales privados y públicos del país. Lo sé porque he podido constatar con médicos de instituciones como Médica Sur, el ABC y otros centros hospitalarios que esos equipos, señalados por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), siguen allí: algunos almacenados, otros en uso, todos bajo la sombra de la duda. Y en el caso de los hospitales públicos, como el IMSS Siglo XXI, se trata de equipos que atienden a pacientes en riesgo de infarto o de enfermedades cardiovasculares graves, la principal causa de muerte en México.
El contraste con Estados Unidos es insultante. Allá la FDA clasificó el retiro de los ventiladores Philips V60 y V60 Plus como Clase I, el nivel más grave, y exigió suspender de inmediato su uso, ponerlos en cuarentena y sustituirlos. Philips global envió cartas urgentes a hospitales y retiró los equipos. En México, esa carta nunca llegó, los ventiladores no se retiraron de manera sistemática y la empresa se limita a esperar que los hospitales hagan el reclamo. Algunos médicos los sacaron de circulación por su cuenta, otros los guardaron en bodegas, pero el riesgo sigue latente. Y lo mismo ocurre ahora con los equipos Azurion, vitales para atender un infarto, que presentan fallas de software capaces de retrasar un procedimiento y provocar la muerte, y con las bobinas Sense XL, que la FDA ordenó retirar porque han provocado quemaduras. Mientras tanto, aquí continúan usándose como si nada.
El problema no es nuevo. Ya en la pandemia, Philips distribuyó respiradores E30 que resultaron defectuosos, con riesgo de asfixia y hasta cáncer por la descomposición de materiales internos. La alerta de la FDA llegó en 2021, pero en México los equipos siguieron utilizándose. Apenas recientemente la empresa empezó a recoger algunos, sin ofrecer sustitución, sin documentación formal, sin transparencia. Muchos médicos recuerdan cómo durante la emergencia sanitaria se vieron obligados a usar esos aparatos en condiciones precarias, sin manuales ni capacitación adecuada. Hoy, los recuerdos de aquella improvisación se mezclan con la certeza de que la historia se repite, ahora en áreas como la cardiología y la resonancia magnética.
Fabricio —nombre ficticio de un trabajador del IMSS en el Centro Médico Nacional Siglo XXI— lo resume con claridad: en el área de hemodinamia usan todos los días equipos Azurion para cateterismos, stents y tratamientos de infartos. Ahí mismo se enteraron, a través de un chat interno de tecnovigilancia, que la FDA había emitido un recall el 12 de junio de 2025 por fallas en el software de esos equipos. La orden era revisar y recolectar los dispositivos afectados. En teoría, Philips México debía haber acudido a los hospitales, pero no lo hizo. Nadie se ha comunicado con ellos. Los aparatos siguen funcionando porque no hay alternativa, pero los médicos saben que el riesgo es real: un retraso en el procedimiento puede ser fatal.
La misma negligencia ocurre con las bobinas de resonancia Sense XL. La FDA las clasificó también como riesgo Clase I, tras 12 reportes de lesiones por sobrecalentamiento en pacientes. En el resto del mundo se inició un proceso de sustitución. En México, ni Philips ni las autoridades han movido un dedo. Se trata de aparatos que se usan cotidianamente para diagnósticos abdominales y torácicos; cada día cientos de pacientes se someten a estos estudios sin saber que existe una alerta internacional sobre el dispositivo que los examina.
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