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Por Sofía Pérez Gasque Muslera

En pleno auge de las apps, plataformas y trabajos “por encargo”, la economía colaborativa se presenta como una alternativa flexible. Pero detrás del discurso de autonomía, muchas mujeres viven en una precaria sofisticación: trabajan sin contrato fijo, ingresos bajos, sin seguridad social, con autoprotección mínima… y con el aviso silencioso de que su talento está quedando invisible bajo algoritmos que no preguntan por género.

Según la International Labour Organization (ILO), se espera que un 34 % de las personas trabajen en modalidades no tradicionales (freelance o plataformas) para 2025 . En América Latina, el mercado ya superó los 455 mil millones de dólares en 2023 y se proyecta crecer un 15 % más.  Las mujeres participan en la gig economy (trabajos por encargo o a demanda) incluso más que en el mercado formal y muchas encuentran en esas plataformas una fuente de ingreso cuando no hay otra opción.

Pero los datos también muestran desigualdad: en Latinoamérica, las mujeres que trabajan en plataformas digitales ganan sólo el 68 % de lo que ganan los hombres por tareas equivalentes Y, además, abandonan esas plataformas en mayor proporción: por ejemplo, en EE. UU., el 62 % de las mujeres que entran en la gig economy la dejan antes del año, frente a un 54 % de hombres.

Estos trabajos —limpieza, cuidado, entrega, cocina— son considerados “rosa”, femeninos y precarizados. Una investigación sobre freelancers latinoamericanos documenta cómo las plataformas reproducen estereotipos: las mujeres son subvaloradas sistemáticamente, con expectativas diferentes y salarios más bajos.

El caso de Urban Company es emblemático: esta plataforma atrajo a mujeres con la promesa de flexibilidad y buenos ingresos. Pero cuando cambió su política hacia métricas más estrictas, redujo rápidamente incentivos y bloqueó a trabajadoras por incumplir determinadas metas. La autonomía se convirtió en jaula: el control del algoritmo se impuso sobre el acuerdo de trabajo libre.

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