Mi padre tenía razón. Qué miedo

Los cuentos de mi padre siempre fueron fascinantes y eran el único motivo por el cual valía la pena, al menos en mi mente infantil, levantarme cada mañana para ir a la escuela.

Mi padre tenía razón. Qué miedo
Susana Moscatel
Por Susana Moscatel

Los cuentos de mi padre siempre fueron fascinantes y eran el único motivo por el cual valía la pena, al menos en mi mente infantil, levantarme cada mañana para ir a la escuela. El trayecto era siempre un placer que se intensificaba con el tráfico porque sabíamos, mi hermano, mis primos y yo, que la historia llegaría a su final, solo cuando mi papá  nos depositara en la entrada del colegio. Siempre incorporaba, dándole crédito por supuesto, las ideas de su autor favorito con quien compartía más que el primer nombre Isaac Asimov.

Así que entre robots, computadoras, globos con crisis de identidad y los alcances de la inteligencia artificial que asbtraía de su fantástica imaginación y de los libros de ciencia ficción que devoraba vorazmente, fui formandome con la iliusión de ser escritora, de contar historias, de hacer mil preguntas. De hacer algo con todo esto que no solo conmoviera, sino que fuera relevante para el mundo. “Algún día estaras platicando de esto con alguien … algo, no se exactamente como lo llamaran, pero quien podrá darte mejores respuestas que yo. Pero será una continuación de estas pláticas y aquí seguiré contigo”, me dijo palabras más, palabras menos (fue hace cuarenta años, así que disculpen cualquier libertad creativa y emocional).