Por Tika Azcurra
Singapur 2000-2001
Siempre pensé que el divorcio de mis padres había sido el mayor punto de inflexión en mi vida. Ahora, con más años, creo que hubo otro momento clave que marcó lo que pasó después, y ese fue, sin duda, mi año en el Lejano Oriente.
¿Alguna vez te preguntaste por qué “lejano”? Ni idea de cuál es la respuesta, pero tal vez tenga que ver con la pérdida total de los signos y claves que sirven para orientarnos en la vida de todos los días.
Relocarse —instalarse para trabajar por un tiempo— en una ciudad como Singapur pone a prueba todos los sentidos. Ni bien abordás el vuelo de Singapore Airlines, te das cuenta de que el juego tiene otras reglas. Los uniformes de las azafatas, los amenities, la comida —satay incluido— son de otro mundo. Al aterrizar en Jewel Changi, el shock cultural, ese fenómeno de perplejidad que afecta a todos los extranjeros, te pega de lleno.
El aeropuerto es algo de no creer, con jardines interiores llenos de orquídeas, vegetación exuberante que replica la que encontrarás en Sentosa Island, y un mariposario. Lujo asiático en su mayor expresión y aún más desde su renovación en 2019.
Mi primera postal de Singapur refleja un paseo por Scotts Road. Aún recuerdo mirar a los que me rodeaban y darme cuenta de que ninguno era físicamente igual a nosotros, los caucásicos. Un término que sólo había leído en los libros de geografía y que, de repente, me describía. Etnias de Oriente: indios, chinos, coreanos, malayos, tailandeses, vistiendo con orgullo sus saris, hijabs o sarongs interrumpidos por destellos de moda occidental. Shock cultural. En ningún otro lugar del planeta tuve esa sensación de “no pertenecer”.
Pero hay más. Para una típica chica de clase media argentina, ese viaje a Singapur fue como visitar un parque de diversiones en Disney. Todo, todo, absolutamente todo, funciona.
El primer fin de semana dejé el Marriott Tang Plaza y me instalé en un coqueto departamento sobre Orchard Road —una de las cinco calles más lindas para vivir y conocer, según el ranking de la firma británica GetAgent de 2022—.
¡Divino! Mi asistente me confirmó que el servicio de cable llegaría a las 15:00. Ahogué una carcajada sobre la base de mi experiencia argentina con los servicios locales que, en ese entonces, ni siquiera te daban un rango de hora, solo una fecha y seis velas para prender a cada santo. No hice planes para la tarde. A las 15:10, el servicio estaba conectado, funcionando y los técnicos salían del edificio. ¡No lo podía creer! Había un lugar donde la gente entendía el valor del servicio al cliente.
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