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Por Tika Azcurra

Los viajeros se dividen en dos grupos: los que se suben al avión, se sacan los zapatos y dejan a mano aquello con que entretenerse hasta que llegue el sueño, y los que sufren el avión. Necesitan algo para calmar el cóctel de ansiedad y temor que los invade durante las dos, ocho, o más horas de vuelo, y solo esperan que termine la pesadilla cuando el comandante anuncie la llegada a destino.

Estoy en el primer grupo. No me pesa el avión. Si el vuelo es nocturno, suelo dormirme antes de la cena y le pido al asistente de a bordo que me despierte para el desayuno. En verdad, una vez que se alcanzan los treinta y tres mil pies, solo queda abandonarse a la expertise del piloto. ¿Sabían que desde que empieza a carretear el piloto solo podrá abortar el despegue hasta los 40 segundos? Un comandante de la Fuerza Aérea me explicó que un buen despegue ocurre antes de ese lapso de tiempo. Si en una cuenta mental llegás a 40 y el avión no levantó vuelo, estamos en problemas.

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