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Por Claudia Pérez Atamoros

La CDMX, sede del Palacio Nacional y el Zócalo nuestro de cada día que da cabida a toda clase de expresiones y cerrazones disímiles, acogió de pronto a dos manifestaciones sonoras que resonaron en distintas latitudes y que dejaron bien en claro que así el país –dividido en dos mundos y con tan solo algunos cruces (que más bien son encrucijadas)-- en este caso, la música del Grupo Firme y la de Joan Manuel Serrat.

Encuentros musicales, populares, masivos que fueron como el agua y el aceite.

De las letras misóginas, machistas y de franca exaltación, a los narcos que entonan al unísono en ese México olvidado de la mano de Dios “en tu perra vida/Vuelves a dormir conmigo/yo en cualquier esquina/me hallo una de tu tipo”.

Al despliegue de poesía y manejo del lenguaje de Serrat, ese que ha empatizado, desde siempre, con las causas y la libertad de la gente: “tu nombre me sabe a hierba/ de la que nace en el valle/ a golpes de sol y de agua/tu nombre me lleva atado/ en un pliegue de tu talle/ y en el biés de tu enagua”.

La música es un bien común, cultural y universal y debe ser popular, desde luego, pero sin incitar al odio o alabar conductas que, a todas luces, dañan el tejido social y la sana convivencia entre iguales.

Los narcocorridos, al igual que las series sobre los señores del narco, siembran entre los jóvenes una expectativa inexistente: riqueza y poder, sí, fáciles pero que los acaba dañando y llevando –tarde que temprano– a la cárcel o a la tumba.

Que el Grupo Firme entone “El Ratón”, oda a Ovidio Guzmán no hace más que crear falsas y muy costosas expectativas en los jóvenes que, faltos de oportunidades y educación, creen que la suerte los va a tocar.

Serrat en cambio, desde su lucha, siempre de izquierda, habla y denuncia, amor y respeto… desarrolla el sentimiento de pertenencia, identidad, le habla al ciudadano del mundo, un mundo plural sí pero que mira alto, que busca la igualdad y no se ata a la suerte de nadie.

No olvidemos que la calidad y lo popular no están reñidos, al contrario, se complementan. En el mundo entero movimientos musicales han ayudado –si no es que iniciado– protestas que han derrocado gobiernos. En términos generales la música popular siempre ha enarbolado banderas que reflejan el sentir de los pueblos o las personas.

Del despecho ardido y dolido, con elegancia lingüística o sin ella, he ahí la diferencia.

De la denuncia contumaz y certera, a la hiriente y que sangra a toda una patria.

Del canto amargo y agradecido de Serrat “vuela esta canción para ti Lucía/ la más bella historia de amor que tuve y tendré/es una carta de amor que se lleva el viento/Pintado en mi voz/A ninguna parte a ningún buzón/No hay nada más bello/que lo que nunca he tenido/Nada más amado que lo que perdí…

Al alarido violento llevado al límite del Grupo Firme: “Voy a ser tu ex/el tóxico/el innombrable/una pesadilla/un dolor de muelas/Que cada que me nombres/Sea pa´recordarme a mi mamá y a mi abuela”...

La música es una, ni buena, ni mala, es música, dicen; y su apreciación y gusto depende de la cultura, la educación, las vivencias y la calidad de sus notas, compases… y del marketing. Serrat es conocido en todo el mundo; Grupo Firme es coreado por “casi todo México”.

La agrupación musical conjuntó 280 mil almas en el Zócalo, Serrat bastantes menos. Al Grupo Firme la Jefa de Gobierno les otorgó el título de “Huéspedes Distinguidos” mientras que a Joan Manuel Serrat el presidente lo recibió en privado.

¿Chaira la Sheinbaum, salió fifí el Presidente? No, ambos son muy “musicales” y más hoy que buscan “cantarle al oído a las masas de votantes”...

@perezata

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