Por Gabriela Sotomayor
A los 38 años, casada con un hombre encantador, buen amigo, con un matrimonio con altas y bajas como cualquier otro, con tres hijos adolescentes, un chico de 11 años, dos mellizos niña y niño de 8 años, un perro labrador, un trabajo extremadamente demandante como directora creativa de una agencia de publicidad para mercado hispano en Miami, Florida, con buenos amigos, a esa edad, ¿qué puede salir mal? Que las hormonas te tomen por sorpresa y te hagan una mala jugada.
Desde que me casé en 1986 utilicé la píldora anticonceptiva para control de natalidad. Desde el primer día que tomé las benditas pastillas me cayeron de maravilla, tenía un periodo ligero, predecible, sin dolores, sin cólicos, hinchazón, sin aumento de peso ni malos humores. Un día mi marido decidió hacerse la vasectomía para que no cayera sobre mí toda la responsabilidad de la planificación familiar, yo sin pensarlo mucho, lo celebré.
Después de unos meses de la vasectomía yo podía dejar la píldora, ya no había riesgo de embarazo y podía dejar de utilizar hormonas y ser esclava de tomar la píldora todas las noches y de tener la responsabilidad de no traer más hijos a este mundo. Al tiempo que dejé de tomar la píldora empezaron los preparativos para mudarnos de Estados Unidos a Europa (de Miami a Ginebra). Nada fácil preparar tantas cosas y dejar toda una vida en un lugar que fue tan amigable para toda la familia y emprender el viaje hacia un sitio desconocido, más frío, con otro idioma, costumbres, tipo de vida, en fin, era un gran cambio.
Al mismo tiempo me empecé a sentir muy mal, tan mal como una araña pisada. Mi ánimo estaba en el suelo, cero energía, muy mal humor, poca paciencia con los niños y encima cargar con la vida diaria , con mudanza y problemas con el periodo menstrual.
Yo que con las pastillas había sido tan regular, ahora no sabía cuándo me iba a bajar y si tenía mi periodo consistía en unas gotitas, muy poco flujo en varios días, después pasaba un mes, un poco más, o un poco menos, no sabía cuándo tendría el periodo, con sudores y calores extraños en la noche, dolor de cabeza, agotamiento y unas ganas de morder al primero que se me pusiera enfrente.
Fui al ginecólogo, de cuyo nombre no quiero acordarme, me dijo que “era normal lo del periodo menstrual irregular por el estrés de la mudanza”.
“Pero si yo me he mudado varias veces, nunca me sentí así’’, le repliqué.
El médico insistió y aseguró que la causa era "el estrés y tratara de calmarme’’. Así que me tuve que resignar a que la vida era así y ese túnel oscuro en el que estaba inmersa iba a ser parte de mi nueva vida hasta que poco a poco lograra adaptarme.
Pasé en ese estado miserable unos nueve meses. Llegó el cambio a Ginebra y yo no entendía por qué seguía con esos calores, sudores, dolor de cabeza, mal humor, no entendía por qué estaba tan deprimida si la vida nos sonreía y teníamos todos un buen futuro por delante. Había que hacerle frente.
Cuando llegamos a Europa mi periodo menstrual cada vez se fue espaciando más y más hasta que desapareció por completo. Yo fui a ver a un médico general para que me recetara algo para levantarme el ánimo. Me recetó antidepresivos. También fui a ver a un ginecólogo, me hizo un perfil hormonal y me llamó a su consultorio.
Me dijo muy serio:
- Señora, estoy viendo los resultados y le tengo que dar una mala noticia, es que usted está en la posmenopausia.
- ¿Qué? ¿Posmenopausia?
- Sí, me apena muchísimo que haya vivido todo este proceso sin ninguna ayuda.
- ¿Quiere decir que pasé la menopausia “a pelo” como decimos en México?
- Así es, pero como es muy joven, es importante que tenga una vida sexual plena, buenos huesos y una mejor calidad de vida, le sugiero un tratamiento de terapia hormonal, vamos a ver qué tal le sienta.
El bendito ginecólogo me recetó unos parches de progesterona y estrógeno. Mi vida cambió. Así como de milagro. Dejé los antidepresivos. Me sentí de maravilla, con el ánimo de siempre, recuperé mi buen carácter y la energía. No lo podía creer. Recuperé mi vida.
Durante todos estos años he seguido con mi terapia hormonal. Con algunos ajustes a la dosis porque sacaron del mercado los parches que solía usar. En algún tiempo traté de dejarlos y usar un gel, pero los síntomas volvieron con más fuerza. Dejar la terapia hormonal no era opción.
Cuando cumplí 60 años fui a la ginecóloga a mi control anual y me dijo que “ya era hora de dejar las hormonas”, que había que ir bajando la dosis de manera gradual. Me le quedé viendo a los ojos y le dije que ¡no, que de ninguna manera!, que mi hija se iba a casar y que no pensaba pasar por ese proceso sintiéndome miserable.
- ¿Según los expertos hasta qué edad se puede seguir con una terapia hormonal?- le pregunté.
- Pues hasta los 65, no más, puede ser peligroso- dijo muy seria.
- Bueno pues hasta los 65 años le sigo, le respondí a la doctora, pensando que tengo tiempo para planear con calma cómo asaltar un banco de hormonas, darme a la fuga en un barco, navegar sin curso definido y seguir capoteando el temporal.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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