Sentarse en la mesa de los adultos: reflexiones de un 8 de Marzo

Las mujeres requieren un curso especial de maestría para aprender a decir elegantemente un contundente “no".

Sentarse en la mesa de los adultos: reflexiones de un 8 de Marzo
Alejandra González-Duarte

Por Alejandra González-Duarte
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En la búsqueda de igualdad de género y empoderamiento femenino en el trabajo, es esencial comprender que la competencia no es contra los hombres, sino un proceso que implica desprenderse de la niña buena para arraigar a la mujer adulta. La vida laboral requiere que las mujeres abandonen su tendencia a complacer. Esta tendencia se desarrolla desde muy chicas, a partir de comportamientos aprendidos tanto de manera implícita como explícita, pues a las niñas se les inculca que el trabajo arduo, la colaboración y evitar los conflictos son virtudes indispensables para progresar en la vida. Estas niñas, aplicadas y prudentes, arrastran estas virtudes como anclas por su vida profesional.

Limitadas por estereotipos de género, muchas niñas no tuvieron la oportunidad de participar en deportes competitivos durante su infancia. Podían escoger entre gimnasia o danza, pero “el fut”,y otros deportes afines, era para niños. Como resultado, no se expusieron a la competencia despiadada: no aprendieron a disfrutar las mieles de las victorias ni la frustración de ser derrotadas. Esto las dejó desprovistas de habilidades para ganar sin sentir culpa o remordimiento, por lo que se disculpan o sienten mal cuando están en posiciones ventajosas. Y viceversa, es casi imposible que la mujer que pierde, se sacuda la derrota y se tome una cerveza minutos después con su contrincante. Perder para ellas significa una tragicomedia, que, además, no olvidará jamás.

Las mujeres, expertas en el arte del multitasking, a menudo asumen responsabilidades innecesarias, sacrificando su propio bienestar o el de su familia. Es cierto que muchas veces le será más rápido y eficiente hacer algo, a pelear con su contraparte para no hacerlo. Las mujeres olvidan fácilmente que asumir tareas extra conlleva sacrificios innecesarios. ¿Cuántas veces pagan las cuentas los hijos que tienen que quedarse más tiempo enfrente de la pantalla para no distraer a su mamá que termina un trabajo que, para colmo, no era su responsabilidad? ¿Cuántos desvelos necesita una mujer para no ser la primera, si no es que la única, que voluntariosa levanta la mano? Debemos grabar un mensaje en cada pared que le recuerde a las mujeres, que poder hacer las cosas no significa que las tiene que hacer. 

Es cierto que se gana más siendo amable que difícil, incluso, ser agradable es cualidad indispensable en el trabajo. Nadie quiere trabajar con una pesada que poco coopera y a todo dice que no. Sin embargo, las mujeres requieren un curso especial de maestría para aprender a decir elegantemente un contundente “no”, y un doctorado para evitar que sigan con una perorata de excusas, ciertas o inventadas, para justificarse por decir “no”. 

Muy falso es también aquel dicho de que no se va al trabajo a ganar un concurso de popularidad: tan importante es saber hacer bien el trabajo como tejer redes sociales. Aún más, es indispensable aprender a utilizar las conexiones y pedir ayuda sin fabricar mil escenarios sobre qué pensará la persona a la que se le pide el favor. Nota aparte, utilísimo evitar el melodrama, jurar enemistad perpetua, recriminar y publicar a los cuatro vientos la percibida injusticia, si la respuesta es un “no”. 

En su papel de hija buena, la niña quiere complacer a su padre y toma su autoridad muy en serio. Esta necesidad se asimila tan bien, que se perpetua hasta la adultez. Por eso muchas mujeres se intimidan fácilmente ante los compañeros hombres, pues todavía ven en ellos al hombre poderoso y perpetuamente poseedor de la verdad que las crío, o al que busca satisfacer para que la quiera o reconozca. Se les olvida que en la adultez no es necesario sacar buenas calificaciones. Y es indispensable que no se decepcione porque no haya fanfarrias y serpentinas por haber hecho un buen trabajo.

Se cree que una mujer es más capaz de traicionar a otra mujer que un hombre. Es cierto, muchas mujeres no dudarían un instante en darle una puñalada en la espalda a otra. Pero también muchos hombres soltarán la misma puñalada, y sin mucho menos culpa, tanto a un hombre como a una mujer. La traición no es sólo de mujer contra mujer, pero resuena más, pues las mujeres porque esperan ser “solidarias entre mujeres” y juran desamor cuando se sienten traicionadas por sus pares femeninas.

El viaje hacia una carrera exitosa está lleno de desafíos externos e internos. Uno de ellos es la niña perpetua que vive dentro de la profesionista. Es hora de olvidar el mensaje obsoleto de que el éxito está vinculado a la complacencia y la dulzura. Tampoco se trata de ser menos cordial, una sonrisa en el momento apropiado abre más puertas que una llave. Pero para avanzar profesionalmente, es necesario abrazar la madurez y liberarse de las cadenas de la ingenuidad infantil. Empoderarse significa buscar el máximo potencial sin temor y disfrutar las victorias sin remordimiento. Es hora de que las niñas coman en la mesa de los adultos.

*Alejandra González-Duarte es internista y neuróloga, trabajó por 19 años en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán en la Ciudad de México y actualmente es Co-Directora del Centro de Disautonomías de la Universidad de Nueva York. 

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.