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Por Carolina Leyva
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Me llamo Carolina Leyva, y mi vida ha sido un continuo desafío contra los límites humanos. He atravesado Ironmans y Ultramaratones, y me posicioné entre las cinco mejores corredoras de ultradistancia a nivel mundial, sin saber que una batalla más dura y personal se gestaba en mi interior: la esclerosis múltiple.

La travesía hacia mi diagnóstico fue un maratón en sí mismo, extendiéndose por siete años. A los 34 comenzaron a manifestarse síntomas que atribuí a mi transición de la vida nocturna al rigor deportivo. Un hormigueo persistente en mis manos, una sensibilidad extrema al sol y un estado de ánimo decaído por evitar fumar.

Con el tiempo, los síntomas fluyeron y refluyeron esquivando definiciones mientras yo perdía audición, mi visión se nublaba, y un carrusel de medicamentos se volvía mi rutina sin ofrecer respuestas. Los diagnósticos erráticos me acompañaron hasta que, en 2019, mi cuerpo marcó un límite: la debilidad me invadió al punto de no poder sostener una pluma.

Fue un médico quien sugirió que mi intensa actividad física era insostenible, pero para mí, correr no era solo pasión sino sustento. Sin embargo, la vida me llevó por otro camino y acabé trabajando en una tienda de bicicletas para encontrar en el pedaleo diario un disimulo temporal de mis síntomas. La pandemia del 2020, sin embargo, me acercó a la realidad de mi condición, confinándome y exacerbando mi dolor y debilidad hasta dejar de caminar.

Hospitalizada y al fin diagnosticada con esclerosis múltiple, me encontré en una encrucijada vital: enfrentarme a un tratamiento de alto riesgo en medio de una crisis sanitaria global o resignarme a una vida en silla de ruedas. Elegí luchar, decidida a no permitir que la enfermedad me definiera.

La aceptación y la terapia jugaron roles cruciales en mi recuperación, enseñándome a convivir con mis diagnóstico y a verlo  como el más desafiante de mis ultramaratones. Cuatro meses sin andar y me atreví a volver a la bicicleta marcando pequeños pero significativos triunfos diarios hasta lograr caminar, un logro que celebré con cada fibra de mi ser.

Mi determinación me llevó a emprender un viaje de 500 kilómetros en bicicleta, un homenaje a quienes me apoyaron y una recaudación de fondos con propósito. Aun tras ser atropellada poco después, la solidaridad de la comunidad ciclista me sostuvo, y me hizo recordar y comprobar el poder de la resiliencia y el apoyo mutuo.

Hoy, vivo sin ocultar mi condición, buscando generar conciencia sobre las enfermedades invisibles y la importancia de un diagnóstico temprano y un soporte comunitario sólido. La esclerosis múltiple es mi ultramaratón personal, pero cada día me demuestra que, con voluntad y apoyo, no hay desafío insuperable.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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