Efervescencia Universitaria

Para la comunidad estudiantil ya no es suficiente que un espacio seguro sea aquel ausente de violencia, si no que buscamos uno que también propicie armonía, paz y sea nutritivo para la mente y el cuerpo.

Efervescencia Universitaria
Marina Aurelia Macias
Por Marina Aurelia Macias*
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Para la comunidad estudiantil ya no es suficiente que un espacio seguro sea aquel ausente de violencia, si no que buscamos uno que también propicie armonía, paz y sea nutritivo para la mente y el cuerpo.

En el tiempo de mi gestión como líder del club GirlUp Tec de Monterrey, repetidas veces maestras, coordinadoras y egresadas me han mostrado su asombro al conocer los espacios que hemos podido ocupar en el campus.

Y con orgullo me comparten sobre los esfuerzos que durante su tiempo ellas tuvieron que hacer como estudiantes para ir abriendo camino y poder retirar esa manta de invisibilidad que se le había puesto a todo aquello que hablara de lo que ya hoy abiertamente llamamos la lucha de las mujeres por un campus, una sociedad y un mundo sin violencia machista.

Por esto, me gustaría iniciar reconociendo que el estruendo que hoy se escucha en los pasillos de cada institución por una vida segura en la voz de las alumnas, es el eco de ellas que nos precedieron.

En la lucha por tener un espacio seguro, muchas veces nos topamos con que la definición del mismo, puede ser escurridiza y se me hace injusto intentar dar una definición universal de este sin conocer las experiencias de todas, todos y todes quienes habitamos las universidades. Para mí, el objetivo más importante a alcanzar es reconocer y eliminar las violencias, injusticias y descuidos que atravesamos como comunidad estudiantil.

Ahora bien, dentro de esta constelación de múltiples vivencias y sentires existe una misma cantidad de maneras en que se amenazan, vulneran y violentan tanto el cuerpo y mente de quienes integramos las universidades. Por lo tanto, para la comunidad estudiantil ya no es suficiente que un espacio seguro sea aquel ausente de violencia, si no que buscamos uno que también propicie armonía, paz y sea nutritivo para la mente y el cuerpo.

Es con esto en mente que como dirigentes de nuestras respectivas comunidades debemos asegurarnos que las autoridades de cada institución respondan a las necesidades de quienes habitamos sus aulas y las diversas formas en que vivimos este breve e irrepetible periodo de ser estudiantes.

El florecimiento humano no quedaría más que como una ilusión si no tomamos en cuenta que, para que realmente las juventudes desarrollemos todo nuestro potencial se necesita la prevención de violencia por razón de género, de una justicia adecuada, un acompañamiento para sanar de esa herida y a su vez una restauración del daño.

Como comunidad estudiantil nuestra responsabilidad es siempre estar vigilantes y exigir que se logren los objetivos que todas las alumnas necesitamos. Aprovechemos la fuerza que surge de nuestra inconformidad para imaginar nuevos futuros posibles en el que ideamos formas de comprometernos con el bienestar y seguridad de nuestro entorno y sobre todo, tomando responsabilidad de nuestra parte en ese cambio.

Los espacios seguros que ya existen, son el resultado de la construcción, durante generaciones, de una red de apoyo entretejida por iniciativa y convicción personal de mujeres estudiantes, profesoras y administrativas que han extendido la mano y han creado paraísos sólidos, sororos y compasivos entre sus compañeras para apoyarlas en todas las maneras en las que nadie más lo hizo por mucho tiempo.

El territorio conquistado por las mujeres universitarias en sus instituciones es tierra fértil para sembrar cambios duraderos, acercarnos a lo que necesitan nuestras compañeras y maestras para generar una capacidad renovada para el cuidado colectivo de todas las personas que conforman nuestra comunidad.

Esta rabia justificada que nos compromete a las estudiantes a denunciar la indiferencia y explorar maneras de coexistir de forma equitativa es el vínculo irremplazable que nos une para dar plataforma a las inquietudes de nuestras comunidades y colaborar para seguir creando espacios armónicos de desarrollo y plenitud permitiendo el verdadero florecimiento humano desde una mirada interseccional a la realidad.

* Marina Aurelia Macias Pineda es presidenta del club GirlUp; estudiante de la Doble Titulación en Economía y Transformación Pública y Gobierno del Tecnológico de Monterrey, integrante de la red internacional Valparaíso contra el acecho.

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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