Ella, parte 5

Mi abuela, un alma más libre que el promedio de su época, sólo podría haberse hecho sola o con un hombre como él, y eso requiere de voltearse a ver.

Ella, parte 5
Pamela Cerdeira
Por Pamela Cerdeira

Veo sus uñas, con el largo necesario para hacer el piojito perfecto. Me pregunto cómo encuentra tiempo para tenerlas siempre pintadas, se lo pregunto a mi mamá, quien decide decírselo. Se ríe con ternura como si mi pregunta fuera un halago, quizá sí lo es, es el halago de ser vista, aunque sean las uñas. Ella es ella, pero gracias a este relato he empezado a verlo a él como nunca antes lo había visto.

Está subiendo los escalones de su casa como si tratara de una rutina, hoy es probable que decida bajar y subir tres veces más sin necesidad de hacerlo, quizá fue que decidió comerse el cuernito completo en lugar de la mitad como siempre lo hace, así que en su cabeza debe dejar esas cuentas en cero. Un abuelo siempre se ve como un abuelo, pero el mío presumía de dar marometas en las barras y en las argollas; yo nunca pude hacerlo, y eso me hacía pensar que tenía algún tipo de super poder. Él era el que sacaba monedas de nuestras orejas a pesar de que la maga era ella. Y claro, le pedía trucos, vean a la maga lo que va a hacer con las cartas. A la distancia parece que la admiraba, jamás lo había apreciado desde ahí. Los seres queridos son varias cosas a la vez: lo que te cuentan de ellos, lo que los vives y lo que decidas recordar. Hoy he metido todo eso a la licuadora: lleva las historias de mi mamá de cómo los paraba a golpes o educaba hasta sangrar, los pleitos de mi abuela (cuyos motivos he olvidado) y aquella vez mientras se quejaba con mi mamá y yo le decía: “déjalo, ¿por qué no lo dejas?”, muy chica para entender, demasiado como para abrir la boca.