Por Claudia Pérez Atamoros
Para declararse vencedor en un debate hay que convencer o, al menos, dejar claras las convicciones y conclusiones en torno a un tema.
No es un concurso de oratoria. Tampoco una pasarela. Mucho menos una prueba de improperios. Ya ni hablar de un examen de haberes gandallísticos… y presunciones sin sentido.
No gana quien no enfrenta las preguntas incómodas ni quien altera la verdad. Pinocho ha estado de fiesta. Este primer debate ha sido alimento energético para él. Bla blá blá.
No se gana insultando o denostando al de enfrente. No resulta campeona quien hace la más pueril de las acusaciones ni el más vil señalamiento sin sustento. Ni mucho menos quien no es transparente y destila soberbia.
En un debate, quien se alce con la victoria debe ser aquel que tuvo las agallas para señalar y explicar, de manera clara y contundente — por supuesto, con absoluto respeto— por qué sus propuestas son mejores, por qué las del contrincante son falacias; qué gana y qué pierde México, no ellas, si se vota por una u otra.
Un proyecto de nación es una cosa seria. Al menos, debería serlo. Por primera vez en la historia de este país, desde aquel lejano 1982 cuando Rosario Ibarra de Piedra apareció en la boleta electoral para la presidencia de este país, por el extinto Partido Revolucionario de los Trabajadores, dos mujeres contienden por sentarse en la silla presidencial (esa que desquicia y envilece) y encabezar los destinos de nuestro México tan herido, tan sangrante, tan dividido y tan usado como botín por unos y por otros…
Ambas, no por ser mujeres, son ideales y, sin embargo, son lo que hay. Guste o no. Una de ellas, Claudia o Xóchitl, habrá de ser quien gobierne hasta 2030 el territorio mexicano.
Y no la va a tener nada fácil. Nada.
El país, todo, es un cementerio. Digan lo que digan. Vaya paradoja. La primera candidata mujer que tuvo esta nación fue también la primera madre buscadora, la fundadora de Eureka, la que, con su movimiento y voz, buscó al hijo desaparecido y a los hijos de otras. Madre buscadora fue, como las que el actual gobierno ha no solo ignorado sino vapuleado. Su hijo es parte de esa lista de desaparecidos que ha sido alterada.
Ni Claudia ni Xóchitl van a poder solas.
Ni una ni la otra tienen la verdad absoluta ni tendrán mayoría en las cámaras. El votante está consciente de que todo a una, resta a la débil democracia mexicana. Necesitan aprender a conciliar. A reconocer lo bueno de cada una y lo indeseable y hasta perverso.
Después de ver este primer debate uno no puede siquiera imaginar lo que le espera a un México “con hambre y sed de justicia”.
Por la memoria y convicciones de Rosario Ibarra de Piedra, por la claridad de Cecilia Soto, por los ideales de Marcela Lombardo, por la inteligencia y coherencia de Patricia Mercado; y sí, también, por aquellas 25 propuestas de Josefina Vázquez Mota y por el sueño de Margarita Zavala de fortalecer el Estado de Derecho, que México encuentre en Sheinbaum o Gálvez el camino de la reconciliación y el respeto, que se dignifique la investidura presidencial.
México está harto de peleas de vecindad. De señalamientos con verdades a medias. De propuestas inviables. De politiquería y del abuso de poder. De mentiras repetidas.
México merece más. México requiere altura de miras. De tamaños en sus líderes.
Basta de números alegres y de políticas a modo.
Basta de violencia física y verbal.
Ojalá, México se alce ganador.
¿Cuántas propuestas pro-México escucharon? ¿Respuestas claras?
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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