Anatomía de una decisión.

En un país con déficit de librerías y bibliotecas, las ferias del libro se han convertido en una gran alternativa para los lectores.

Anatomía de una decisión.
Consuelo Sáizar de la Fuente
«La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes», dijo John Lennon en algún momento. Este incipiente 2022 me ha demostrado lo incontestable de esa frase.

Hace menos de tres meses asistí a mi ceremonia de graduación del doctorado en Sociología por la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Un poco antes había celebrado mis seis décadas de vida y decidido que había llegado el momento de tomar una pausa, reflexionar sobre lo que he aprendido del mundo del libro y la cultura; de poner en papel mis ideas, de vivir en Malinalco, y de estar al lado de mi esposa, leyendo, ordenando libros, y escribiendo -esa actividad permanentemente pospuesta.

Pero, la primera semana de este nuevo año recibí un mensaje en el WhatsApp, seguido de una llamada telefónica, que cambió el futuro, o al menos mis planes: una de las más grandes instituciones educativas de la patria  me ofrecía hacerme cargo de la Feria del libro de Monterrey.

En un país con déficit de librerías y bibliotecas, las ferias del libro se han convertido en una gran alternativa para los lectores.

Una feria del libro es el espacio híbrido de lo intangible (las ideas) y lo material (el libro); es el escaparate donde se encuentran tanto las novedades como los títulos clásicos de un catálogo; es universo de encuentros personales y de negociación profesional, paraíso efímero de gozo colectivo; atmósfera del placer compartido a través de la lectura, de las presentaciones de libros, y es también ínsula de la elección personal de títulos largamente anhelados. Es ritual cíclico para los lectores, que renuevan año tras año su pasión por las letras, en compañía de escritores, editores, traductores, libreros, bibliotecarios, periodistas.

Es, como el mítico Jano, donde se funde la doble dimensión del libro, bien cultural y recurso económico, y en donde se extravían tanto los bibliófilos como quienes adquieren sus primeros títulos.

Soy una devota de las ferias del libro. Muchos de los momentos epifánicos de mi vida han transcurrido en esos  pasillos y pabellones: en la de Minería conocí a Julio Cortázar; en la de Buenos Aires a Jorge Luis Borges; en la de Londres, a Susan Sontag.

Me ha tocado vivirlas desde todas las órbitas: siendo directora general de Editorial Jus, asistí como expositora a la primera edición de la FIL de Guadalajara; como titular de Conaculta, tuve el honor de presidir la ceremonia de inauguración y de entregar el premio FIL de literatura.

Y ahora, la invitación a hacerme cargo de la dirección de la FIL Monterrey, me ofrece el reto de poner en práctica los temas y las ideas sobre los que he  reflexionado durante la década que he dedicado a la academia: las nuevas formas de lectura, la distribución a la luz del libro electrónico y las nuevas plataformas de adquisición, el creciente protagonismo del idioma español, los desafíos del lenguaje incluyente, de la voz pública de las mujeres, de la necesidad de ampliar la oferta para lectores con visión reducida, y de pensar a profundidad la edición y la distribución en el mundo de la postpandemia.

Por la reflexión anteriormente expuesta, porque me ilusiona sumarme al proyecto de feria que se ha planteado el Tec, porque a los sesenta años aún hay sueños por cumplir y energía para hacerlo, y porque no acostumbro cuestionar los caminos de la vida, he decidido aceptar la dirección general de la Feria del libro de Monterrey, mudarme a vivir a esa ciudad y dedicar mis empeños renovados, ahora desde este espacio, al mundo del libro. Estoy a sus órdenes.

«La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes».

John Lennon.

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@csaizar

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